viernes, 20 de enero de 2023

Ladino en Pamplona

Jaime, a quien conocí de alumno del Instituto de Ermitagaña, es una caja de sorpresas. ¿A quién se le ocurre dar clases de ladino en un colegio de Pamplona?



Mi nombre es Jaime Aznar, soy un historiador y arqueólogo de Pamplona que se está iniciando en el mundo de la docencia. Realicé las prácticas del Máster de Profesorado (Universidad de Navarra) en el Liceo Monjardín, un colegio privado-concertado de la capital navarra. En dicho centro estudian alumnos de todas las edades, desde 1 a 18 años. Allí conocí a la profesora Miriam Gómez, especializada en lengua española y latín. Ella fue mi tutora y la persona a quien propuse  una actividad diferente: impartir clases de ladino o judeoespañol para alumnos de 4º ESO y 1º Bachillerato. ¿Pero qué es el ladino? En términos generales podemos definir el ladino como una variante del español que hablan los judíos sefardíes de Turquía y otros antiguos territorios del Imperio Otomano. Estos fueron expulsados de la Península a finales del siglo XV e.c. Al principio no sabía cómo diseñar mis clases pero, sin darme cuenta, ya disponía del mejor material. En 2021 conocí el Sentro Sefardi de Estambol durante la celebración del Dia Internasional del Ladino, y poco después comencé a recibir El Amaneser en mi casa. Se trata de un suplemento mensual escrito íntegramente en ladino, que publica el diario sefardí Salom. Siempre he pensado que los alumnos deben tocar la realidad para comprenderla mejor, y las páginas de este periódico suponen una magnífica herramienta.


Las sesiones empezaban con una presentación sobre la historia de los judíos en nuestro país, entre los siglos III-IV y el XV e.c., y una  descripción general del idioma. Apenas transcurridos 15 minutos, hacía una pausa para repartir varios ejemplares de El Amaneser. Los alumnos del Liceo abrieron los periódicos con gran curiosidad, ojeaban los artículos y conocían su contenido por sí mismos. Fue maravilloso contemplarlos mientras pasaban las páginas, pues sus caras se iluminaban al descubrir semejante tesoro. Después la clase prosiguió con las normas básicas de la ortografía ladina. El público español no está acostumbrado a las características de este idioma, como la inexistencia de la h muda, el uso frecuente de la k, o la falta de acentos. Aquí es donde debo agradecer a mi amiga Guler Orgun que me invitara a formar parte de Ladinokomunita. Es un grupo muy activo donde puedo encontrar mucha información sobre el ladino. En él he descubierto el diccionario online de Gabor Szabo, cuyo trabajo de investigación bien merecería un Premio Cervantes. Por otro lado, los alumnos del Liceo pudieron conocer los préstamos de otros idiomas, como el francés, que abundan en el judeoespañol. Acto seguido realizamos ejercicio participativo que consistía en traducir algunas palabras del castellano al ladino, teniendo en cuenta las reglas ortográficas anteriormente explicadas. La experiencia fue un éxito y los alumnos no tuvieron  problemas en sustituir correctamente las consonantes: calle/kaye, guerra/gerra, población/povlasion,... Pero no hay mejor forma de conocer un idioma que escuchando a sus hablantes. Otro de mis hallazgos en Ladinokomunita ha sido Albert Israel y sus relatos de Akel Tyempo. Gracias a su voz conseguí que los alumnos conocieran los mejores cafés de Estambul sin salir de la clase. ¡Era como estar a orillas del Bósforo tomando un delicioso té! Además aprendimos un poco de historia con su narración sobre los sucesos ocurridos en Izmir (Esmirna en turco) en 1922.


Afortunadamente, las clases de introducción al ladino llamaron la atención de la prensa local. El periodista Javier Iborra se puso en contacto conmigo para hacer una entrevista que fue publicada en Diario de Navarra. Estoy muy agradecido al Liceo Monjardín por las oportunidades que me ha brindado, pues también realicé un taller de arqueología que me gustaría poder publicar en los próximos meses. Nada de esto hubiera sido posible sin el apoyo y la generosidad de Miriam Gómez, quien representa el modelo de docente que me gustaría llegar a ser. Por último, quisiera hacer una mención muy especial a la comunidad sefardí de Estambul y del mundo entero, así como a todos los profesionales del periódico Salom. Lejos de ser una rareza, el ladino es un idioma vivo que merece la pena conocer y preservar.

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