¿Qué clase de temor, y el miedo a qué represalias, impiden a profesionales de la salud pública responder a la pregunta "Qué es una mujer"? pic.twitter.com/ayE6hOz3u4
— Contra El Borrado de las Mujeres (@ContraBorrado) April 9, 2022
¿Qué clase de temor, y el miedo a qué represalias, impiden a profesionales de la salud pública responder a la pregunta "Qué es una mujer"? pic.twitter.com/ayE6hOz3u4
— Contra El Borrado de las Mujeres (@ContraBorrado) April 9, 2022
«A finales de junio de 2022 los medios internacionales se quedaron perplejos ante la decisión del gobierno nicaragüense de expulsar del país a las inofensivas Hijas de la Caridad. ¿Cómo era posible que unas monjas, conocidas en todo el mundo por su abnegado y pacífico trabajo, debieran ser expulsadas? La respuesta es bien sencilla: en sus pequeños dispensarios médicos atendían a los heridos que se producían tras los ataques policiales que intentaban sofocar las protestas en las calles. Como el gobierno había prohibido atender en los hospitales públicos a los manifestantes, estos solo tenían la opción de acudir a las que nunca desoyen a los necesitados. Y es que solo la valentía de estas mujeres era capaz de paliar los daños producidos. La crisis de Nicaragua alcanzaba un punto todavía más alto.»
Seguir leyendo el artículo Qué ha pasado y qué puede pasar en la crisis de Nicaragua de Omnes magazine.
Revisando lecturas que tengo guardadas me encuentro con un artículo de Daniel Capó para The Objective. El autor se presenta así en su interesante blog: «Casado y padre de dos hijos, vivo en Mallorca, aunque he residido en muchos otros lugares. Estudié la carrera de Derecho y pensé en ser diplomático, pero me he terminado dedicando al mundo de los libros y del periodismo.» El artículo mencionado se titula Un escuela culta y termina con este párrafo:
Porque los buenos profesores son excepcionales, es cierto, pero al mismo tiempo resultan imprescindibles. Ninguna escuela será mejor que sus profesores. Y el gran fallo de nuestro sistema es que no ha hecho del amor a la alta cultura –y de su transmisión– el eje vivo de su personalidad. Educar en lo más alto, en lo mejor y no sólo en la técnica o en la ideología -como tan a menudo se hace-, no sólo en la memoria o en la crítica vacía, no sólo en la belleza o en la moral. Educar en lo más alto exige grandes profesores, aunque también requiere una vocación determinada: la conciencia de tratar como adultos, con seriedad y exigencia, a los niños; la importancia de no infantilizarnos, no porque la infancia sea mala –que no lo es–, sino porque no es esa la vocación natural de la escuela. Educar en lo más alto tampoco significa dejar atrás a nadie; al contrario, significa –como indica la palabra francesa éléver–, elevar, mejorar, ayudar a subir. Y eso sólo se logrará si abandonamos las guerras educativas, la ceguera de los neopedagogos y el sectarismo de los políticos, para pedir más a quien puede dar más. Una escuela con conocimientos fuertes es una escuela crítica, una escuela culta. No hay mucho más.
[Para leer el artículo completo, pincha aquí]
Gabriel Albiac es filósofo, profesor de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid desde los 24 años hasta su jubilación. Autor de numerosos ensayos y también de novela y otros géneros literarios, ha colaborado en diversos medios de comunicación. Extraigo unos párrafos de su artículo «...pues eso...», publicado el 25 de julio en El Debate.
La división, autonomía y contraposición de poderes determina la existencia de una sociedad democrática. No por benevolencia o consenso de nadie. El fundamento de la democracia no está en la cesión y la confianza; al contrario, lo está en la desconfianza primordial que exige un principio de higiene moral y política: todo poder que no sea automáticamente contrapesado tenderá a erigirse en absoluto. La única garantía de que un ciudadano no sea laminado por quien lo gobierna, está en que iguales poderes del Estado ejerzan entre sí mutua sospecha y vigilancia. En 1789, la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano consagrará ese juego de tensiones como el nacer del constitucionalismo: «Toda sociedad en la cual la garantía de los derechos no esté asegurada y la división de poderes no esté determinada, no posee constitución».
[Para leer el texto completo, pinchar aquí]
En esta entrada de su diario, Josean retrata maravillosamente a su suegra Leonor y extrae una lección espléndida sobre el valor de las cosas de uso cotidiano.
«Leonor es muy austera. Necesita muy pocas cosas. Solo le parecen bellas las que se usan. Su vieja cafetera, la taza que utiliza para desayunar desde hace medio siglo, la cubertería que le regalaron cuando se casó, unos viejos calcetines tantas veces remendados. Pone en valor a los objetos con los que ha compartido su tiempo.
»Aprecia mucho su casa. Cada recoveco de ella es algo muy íntimo. Cada objeto que posee tiene su sentido. Evita sentirse invadida por cosas vacías e indiferentes.
»Para mi suegra la moda es comercio disfrazado de modernidad. No le ha interesado nunca. Rara vez se compra ropa. Se la diseña ella misma. Cose. Reutiliza telas viejas y usadas que han perdido brillo, que se deshilachan o decoloran. Le da gran valor al uso que han tenido. Se siente ligada a ellas. Las hace para durar. Aunque sean caducas. Es muy consciente de que el paso del tiempo corroe la vida. Pero a la vez, la exalta.
«Uno debe repensar la idea de progreso. No dejarse guiar por sus luces cegadoras. Tomar distancias. Permanecer apartado. Disfrutar de la sombra entre los pliegues de un mundo cada vez más iluminado. Mirar atentamente la actitud de personas como mi suegra Leonor. Viven muy alejados de los centros de poder. Pero en su ejemplo, lejos de los resplandores, se vislumbra el comienzo de un nuevo camino.»
No dejéis de leer esta joya de Josean Zugasti, aquí.