jueves, 25 de agosto de 2022

¿Qué es una mujer?


 

Nicaragua

 «A finales de junio de 2022 los medios internacionales se quedaron perplejos ante la decisión del gobierno nicaragüense de expulsar del país a las inofensivas Hijas de la Caridad. ¿Cómo era posible que unas monjas, conocidas en todo el mundo por su abnegado y pacífico trabajo, debieran ser expulsadas? La respuesta es bien sencilla: en sus pequeños dispensarios médicos atendían a los heridos que se producían tras los ataques policiales que intentaban sofocar las protestas en las calles. Como el gobierno había prohibido atender en los hospitales públicos a los manifestantes, estos solo tenían la opción de acudir a las que nunca desoyen a los necesitados. Y es que solo la valentía de estas mujeres era capaz de paliar los daños producidos. La crisis de Nicaragua alcanzaba un punto todavía más alto.»

Seguir leyendo el artículo Qué ha pasado y qué puede pasar en la crisis de Nicaragua de Omnes magazine.

sábado, 20 de agosto de 2022

Una escuela culta

 Revisando lecturas que tengo guardadas me encuentro con un artículo de Daniel Capó para The Objective. El autor se presenta así en su interesante blog: «Casado y padre de dos hijos, vivo en Mallorca, aunque he residido en muchos otros lugares. Estudié la carrera de Derecho y pensé en ser diplomático, pero me he terminado dedicando al mundo de los libros y del periodismo.» El artículo mencionado se titula Un escuela culta y termina con este párrafo:

Porque los buenos profesores son excepcionales, es cierto, pero al mismo tiempo resultan imprescindibles. Ninguna escuela será mejor que sus profesores. Y el gran fallo de nuestro sistema es que no ha hecho del amor a la alta cultura –y de su transmisión– el eje vivo de su personalidad. Educar en lo más alto, en lo mejor y no sólo en la técnica o en la ideología -como tan a menudo se hace-, no sólo en la memoria o en la crítica vacía, no sólo en la belleza o en la moral. Educar en lo más alto exige grandes profesores, aunque también requiere una vocación determinada: la conciencia de tratar como adultos, con seriedad y exigencia, a los niños; la importancia de no infantilizarnos, no porque la infancia sea mala –que no lo es–, sino porque no es esa la vocación natural de la escuela. Educar en lo más alto tampoco significa dejar atrás a nadie; al contrario, significa –como indica la palabra francesa éléver–, elevar, mejorar, ayudar a subir. Y eso sólo se logrará si abandonamos las guerras educativas, la ceguera de los neopedagogos y el sectarismo de los políticos, para pedir más a quien puede dar más. Una escuela con conocimientos fuertes es una escuela crítica, una escuela culta. No hay mucho más.

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El entierro de la democracia

 Gabriel Albiac es filósofo, profesor  de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid desde los 24 años hasta su jubilación. Autor de numerosos ensayos y también de novela y otros géneros literarios, ha colaborado en diversos medios de comunicación. Extraigo unos párrafos de su artículo «...pues eso...», publicado el 25 de julio en El Debate.

1 de julio de 1985. A los más jóvenes, seguro, nada de extraordinario les suena en esa fecha. Y, sin embargo, en ese día fue enterrada la democracia española. (…)

1 de julio, pues. Ley orgánica 6/1985. Acerca del Poder judicial. La anécdota la pone el tan dicharachero –y tan parcamente ilustrado– Alfonso Guerra: «hay que enterrar a Montesquieu»; proyecto académico mayor, sin duda. Tras el cual no había más que un mustio enfado partidista. El Constitucional había disentido del criterio socialista sobre el aborto. Y el vicepresidente salía al quite del arrogante gobierno de Felipe González: «Si el fallo del Tribunal Constitucional sobre el aborto nos es desfavorable, habrá que poner en marcha la máquina de hacer indultos. Las leyes no pueden permanecer paradas por doce personas que además no han sido elegidas por las urnas». Que la ley hubiera sido definida por Montesquieu –y por todo el garantismo posterior– como única protección del ciudadano frente a un ejecutivo cuyo inmenso poderío podría laminarlo sin apenas mover un meñique, no afectaba a tal providencialismo: todo cuanto se le antoje el jefe, no sólo es ley, es imperativo categórico para la moral ciudadana. (…)

¿Cuál era la función pragmática de ese académico «entierro de Montesquieu»? Una primordial: desactivar el poder judicial; esto es, abolir el control de la ley sobre los gobernantes. Para lograrlo, el gobierno de los jueces, en vez de ser designado por los propios magistrados, como la Constitución preveía, pasaba a manos de los partidos con representación en el parlamento. De modo equitativo: esto es, por cuota. Lógica de apisonadora: el parlamento funcionaba ya –para eso estaban las listas cerradas– como apéndice del ejecutivo. A partir de la ley 6/1985, el Consejo General del Poder Judicial se trocaba en fotocopia del Parlamento; y, a través de ese «órgano de gobierno de los jueces», las instancias jurisdiccionales clave se cubrían a la medida. El poder ejecutivo pasaba, así, a poder único. Pasaron 37 años. Todo sigue igual. Gobierne quien gobierne.

Charles Louis de Secondat, señor de la Brède y barón de Montesquieu,
filósofo y jurista ilustrado, escribió Del espíritu de las leyes

En 1748, Montesquieu había formulado su principio de cautela. Muy sencillo. Y muy operativo. «Es necesario que, por la disposición de las cosas, el poder contrarreste al poder». La división y autonomía de poderes forzaba al parlamento a elaborar las leyes a las cuales un gobierno –todo gobierno– estaba sometido. Y a configurar un cuerpo autónomo de funcionarios, los magistrados, que aplicasen esa ley a todos los ciudadanos: incluidos los miembros del parlamento o del gobierno. En rigor, a eso se llama democracia. Todos los demás aspectos de un régimen democrático pueden, en ciertos límites, ser aleatorios. La división y autonomía de poderes es intocable. O, más bien, debiera serlo. Hace ya treinta y cinco años que no lo es plenamente entre nosotros. (…)

La división, autonomía y contraposición de poderes determina la existencia de una sociedad democrática. No por benevolencia o consenso de nadie. El fundamento de la democracia no está en la cesión y la confianza; al contrario, lo está en la desconfianza primordial que exige un principio de higiene moral y política: todo poder que no sea automáticamente contrapesado tenderá a erigirse en absoluto. La única garantía de que un ciudadano no sea laminado por quien lo gobierna, está en que iguales poderes del Estado ejerzan entre sí mutua sospecha y vigilancia. En 1789, la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano consagrará ese juego de tensiones como el nacer del constitucionalismo: «Toda sociedad en la cual la garantía de los derechos no esté asegurada y la división de poderes no esté determinada, no posee constitución».

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viernes, 12 de agosto de 2022

El paso del tiempo y lo que vale

En esta entrada de su diario, Josean retrata maravillosamente a su suegra Leonor y extrae una lección espléndida sobre el valor de las cosas de uso cotidiano.

«Leonor es muy austera. Necesita muy pocas cosas. Solo le parecen bellas las que se usan. Su vieja cafetera, la taza que utiliza para desayunar desde hace medio siglo, la cubertería que le regalaron cuando se casó, unos viejos calcetines tantas veces remendados. Pone en valor a los objetos con los que ha compartido su tiempo. 

»Aprecia mucho su casa. Cada recoveco de ella es algo muy íntimo. Cada objeto que posee tiene su sentido. Evita sentirse invadida por cosas vacías e indiferentes.

»Para mi suegra la moda es comercio disfrazado de modernidad. No le ha interesado nunca. Rara vez se compra ropa. Se la diseña ella misma. Cose. Reutiliza telas viejas y usadas que han perdido brillo, que se deshilachan o decoloran. Le da gran valor al uso que han tenido. Se siente ligada a ellas. Las hace para durar. Aunque sean caducas. Es muy consciente de que el paso del tiempo corroe la vida. Pero a la vez, la exalta.


«Uno debe repensar la idea de progreso. No dejarse guiar por sus luces cegadoras. Tomar distancias. Permanecer apartado. Disfrutar de la sombra entre los pliegues de un mundo cada vez más iluminado. Mirar atentamente la actitud de personas como mi suegra Leonor. Viven muy alejados de los centros de poder. Pero en su ejemplo, lejos de los resplandores, se vislumbra el comienzo de un nuevo camino.»

No dejéis de leer esta joya de Josean Zugasti, aquí.