martes, 13 de septiembre de 2022

Soy amado, luego existo

 Cinco minutos sin desperdicio...


El texto del vídeo son palabras del filósofo Higinio Marín, fragmentos de una conferencia suya, que transcribo aquí:

A cada uno de nosotros nos pasa que podríamos no haber existido, porque el fondo del problema es si valemos algo. No hay razones distintas para vuestra existencia que la de un caracol cualquiera. Pero los seres humanos necesitamos ser puestos a salvo de esa inconsistencia, de esa falta de necesidad. Te pueden decir guapa o te pueden decir listo, pero… ¡nada de eso justifica que yo esté aquí!

Nos ponemos a salvo si alguien puede afirmar que tu existencia es un bien de naturaleza tan decisiva para mí que, aunque fueras el mayor de los canallas, el mayor de los genocidas, yo no podría dejar de celebrar tu nacimiento y llorar tu muerte. Aunque tu muerte fuera la ejecución más justa y más deseada por el resto de los seres humanos sobre el planeta, yo te lloraría. Eso socialmente es intolerable, salvo que seas la madre.

¡Qué bueno que existas! No «qué bueno que seas como eres», sino en la forma de la incondicionalidad. La familia es un lugar donde se revela lo que somos. La estimación de una existencia como necesaria y, sin embargo, contingente, que podría no haber sido. Los sujetos empezamos a experimentar una clase de soledad que no queda satisfecha con esa clase de compañía; que tiene el carácter de la libertad, pero de una libertad afirmativa de aquellos que pueden decir «¡qué bueno es que existas!».

En esa afirmación todo azar precedente se vuelve también necesario y entonces, más allá de la amistad, alguien llega y te dice: «Eres la cosa más bonita que he visto en mi vida. ¡Qué sería de mí sin tu existencia! ¡Qué habría sido de mí!». ¡Claro que es una suma de azares!, pero ese azar es decisivo. «¡Qué sería de mí sin tus ojos». Podríamos haber sido de otra manera y, sin embargo, la manera particular en la que somos es bendecida, es bendita para alguien.

Por eso, y esto es muy importante, esa afirmación no puede darse sin incluir el perdón: porque somos lo que somos, porque tenemos la nariz torcida, porque tenemos mal genio, porque de vez en cuando mentimos, porque a veces somos arrogantes, porque nos come la vanidad, porque te engañé un día… En la tradición bíblica perdonar es una cosa exclusiva de Dios, porque es un poder tan grande como el de crear; porque es regenerar una libertad que se ha frustrado a sí misma, que se ha malogrado a sí misma, que se ha matado a sí misma.
Per-donar: la propia palabra «perdón» significa «dar de más». El que perdona no da lo que el otro se merece, sino lo que no se merece… ¡Pero el perdón restaura! Hegel que es un sujeto muy listo, dice que el perdón es uno de los misterios más grandes, porque es una revocación de los hechos, es como si los hechos no hubieran existido; pero sin negarlos.

Perdonar es pedir de más y es dar de más, y en ese dar de más es donde brilla la gratuidad, libérrima, donde no comparece la necesidad, en el sentido de que la necesidad anula la libertad; porque, además, esa forma de existencia os pondrá a salvo de la desesperación.

El hecho de no ser necesarios no es un handicap, sino que es lo que se corresponde con el hecho de que nuestra existencia haya sido una gratuidad libérrima. Hacía falta que no fuéramos necesarios para que el motivo de nuestra existencia fuera el amor.

domingo, 4 de septiembre de 2022

Ilusión en septiembre

El filósofo Julián Marías habla del sentido positivo que tiene la palabra "ilusión" en español. Ahí, la versión tuit, un pío-pío. Aquí, la versión extendida. ¡Merece la pena escucharla!