miércoles, 8 de junio de 2022

Manipulación o el robo del alma

 Xenofobia, homofobia, transfobia... Añade «fobia» a lo que quieras defender y ya no necesitarás dar razones para justificar tu posición. Con las connotaciones que tiene -o ha cogido- el término «fobia» de trastorno, de odio irracional, el otro queda tocado y hundido sin remedio, sin posibilidad de redención.

Se trata de una forma de manipulación a través del lenguaje. Como nadie quiere que le cuelguen el sambenito de tener una fobia, automáticamente, sin reflexión, se coloca uno en el bando del que cuelga el sambenito, del que pone la etiqueta, no vaya a ser que me tomen por un xenófobo, transfobo o lo que sea.

El uso falaz del lenguaje se traduce en un secuestro del pensamiento, que queda vacío. ¿Qué necesidad tengo de pensar, si el otro ha quedado derrotado antes de cualquier discusión posible? Así se crea opinión pública tantas veces, sin diálogo previo y con mayorías silenciosas o silenciadas.

Deberíamos reivindicar el derecho a pensar por nuestra cuenta, a razonar y a pedir argumentos a quien quiera debatir noblemente, sin que se nos hurte el debate social en profundidad sobre temas tan serios como la eutanasia, por ejemplo, o el aborto. Cuando interesa, los debates se dan por cerrados sin haberlos abierto. En cualquier caso, todo debate se puede reabrir.

Volviendo a las fobias, ¡qué importante es el lenguaje, hablar y escribir bien! Como que es la expresión del pensamiento (y de las emociones); de modo que su riqueza es signo de rica vida interior y su pobreza, de falta de ideas (y emociones ciegas). Por eso, qué sabia la advertencia de la Celestina: «No sepas hablar, Pármeno, sacarte han el alma sin saber quien». Pues que no nos roben el alma.


martes, 7 de junio de 2022

Experiencias de la belleza

Las últimas entradas del diario de Josean nos hablan de distintas experiencias estéticas. Vale la pena leerlas. He seleccionado algunos párrafos para abrir el apetito. En Belleza y bondad Josean se hace preguntas muy enjundiosas sobre el asunto a partir de una experiencia muy concreta, cuando sin darse cuenta perdió el móvil:

«Caminaba lentamente de regreso a casa, cuando escuché unos resoplidos a mis espaldas. Giré la cabeza. Una mujer septuagenaria, con una incipiente cojera, estaba haciendo un gran esfuerzo para acercarse a mí. Había recogido el móvil. Me lo alcanzó muy sofocada. Con una sonrisa en la cara. Mientras le agradecía su gesto, vencí mi timidez mirándola fijamente a los ojos. Sosteniendo la mirada, me pareció asomarme al túnel del tiempo. Intuí un profundo poso de honestidad en la vida de esa señora. Vislumbré la biografía de una mujer virtuosa, dulce y servicial. Y percibí, en su avejentado rostro, una expresión de gran belleza.

»(...) Ahora que mi salud es frágil, que siento más intensamente el paso del tiempo, que percibo una mezcla punzante de dolor y alegría, advierto, quizás más que antes, que la vida está llena de atractivos. La búsqueda de la belleza es uno de los más potentes. Provoca profundas emociones. Muestran caminos que merecen ser recorridos. Mientras haya una cara que me conmueva, una flor que irradie alegría, una luz que ilumine la hierba, mientras sea capaz de concentrar la mirada en ello, intuyo que me seguiré sintiendo agarrado a uno de los más sólidos asideros de la vida.»

En Buscando la belleza nos da cuenta Josean de su descubrimiento de otro filón de belleza, la música clásica:

«Aunque no soy muy aficionado a la música clásica, pruebo con Sonata Claro de Luna de Beethoven. Durante el primer ciclo del tratamiento descubrí que, cuando el dolor acecha, me proporcionaba alivio. Al principio, una armonía decaída me transmite cierto sufrimiento. Pero luego se transforma en un ritmo del que no apetece salir. Transmite relajación. Incluso alegría. Música repleta de simetrías, progresiones equilibradas y dulces. Magnética. Bella.

»Uno, agazapado en el sofá, siente que va pasando por la vida dejando mucha belleza sin detectar. Lo que he sentido como bello es sólo una mínima parte del total. He profundizado más en paisajes, naturaleza, excursiones….

»Pero me queda muchos filones de belleza por descubrir. Hasta hace poco he sido sordo para la música clásica. Y un tarugo para bailar. Me ha interesado poco la pintura. Y menos la escultura. Tampoco he destacado en el arte culinario. Debo prestar más atención. Rebuscar con tesón. Redimirme de algunas cegueras. Bucear en la belleza del pensar. Valorar los vínculos con los más allegados. Investigar nuevas formas de hermosura.»


Las canciones y el canto son otro de esos filones de belleza (Cantar). Es cierto, como dice, que antes cantábamos más. Escuchar, a través del patio interior, a una madre cantando mientras hacía los trabajos de casa constituye uno de los recuerdos imborrables de mi infancia. 

«Hay canciones que cuentan lo que nos pasa por dentro. Explican cosas difíciles de expresar con palabras. Algunas nos empujan a la melancolía. Otras aportan un chute de energía. Las hay que invitan a llorar. O ayudan a dormir. Algunas espantan ciertos males. Los males anímicos. Son medicinas emocionales.

»Uno está convencido de que si, además de escuchar, cantamos, el sentimiento originado se amplifica. Ese esfuerzo por aprender la letra e intentar entonar afinadamente nos involucra más. Y esa atención que ponemos tiene su recompensa. Cuando ya hemos cantado un estribillo decenas de veces suele abrirse un hueco en la memoria de nuestra vida.

»El canto da voz a muchas emociones. Alegría, tristeza, lágrimas, lamentos, risas. Transporta de la inquietud a la paz. A una realidad nueva. Cantar produce momentos felices. Con facilidad. Es un acto sencillo. Estimula afectos. Vincula a los que cantan. No sé muy bien por qué.

»Hace cuatro o cinco décadas cantábamos mucho más que ahora. En el autobús, cuando íbamos a la montaña. En la parroquia, cuando acudíamos a catequesis. En la sobremesa de muchas celebraciones. Los excursionistas, catecúmenos o comensales, simplemente uniendo nuestras voces, lográbamos una conexión que provocaba alegría compartida.»


viernes, 3 de junio de 2022

Valores y educación

 A propósito de la detención de dos menores de dieciséis años por robo con fuerza durante una fiesta en casa de un amigo, Alberto reflexiona sobre la educación y lo que los centros educativos ofrecen a los padres.


¿Qué es lo que queremos para nuestros jóvenes?

Por motivo de mi dedicación profesional tuve conocimiento de que por parte de un cuerpo policial se había procedido a la detención de dos jóvenes de 16 años por un robo con fuerza en una casa. Este hecho se produjo cuando un amigo de estos les invitó a una fiesta en su casa. Estos dos jóvenes, ante una puerta de la casa que estaba cerrada con candado, lo forzaron, entraron en esa habitación y se llevaron dinero en efectivo.

Usted, lector, que ha leído hasta aquí, seguro que ya ha etiquetado a esos jóvenes, incluso se ha formado en su cabeza una imagen mental de su aspecto o, lo que es más, incluso se habrá preguntado qué valores y qué educación están recibiendo esos angelitos.

Tras su arresto manifestaron que veían lícita su conducta, ya que querían conocer y saber qué había detrás de esa puerta, que si estaba cerrada por algo era; incluso uno se atrevió a decir que le habían tomado las huellas y hecho fotos como a los malos de las películas y que eso le traería popularidad entre los suyos.

Pues bien, déjeme que le diga, que esos dos angelitos y todos los demás compañeros de fiesta son alumnos de uno de los colegios más prestigiosos y con más nombre de esta ciudad (da igual dónde este leyendo esto, en su ciudad también puede pasar), de los que pasan el cepillo al final de cada mes, de esos que cuando vas a visitar no falta el paseo frente a la vitrina de trofeos y donde el encargado de la visita saca pecho de los logros de los alumnos más sobresalientes.

Esto me ha recordado las visitas que realicé a varios colegios para matricular a mi primogénita el curso próximo. Todas tenían un denominador común: “el 98,8% de nuestros alumnado aprueba la EVAU, el 85,6% habla este idioma o el otro, o los dos a nivel C1 certificado con el país que toque, el 100% supera la ESO con una media de sobresaliente”, etc., etc., etc. Lo cual ahora me hace pensar, ¿qué queremos para nuestros jóvenes, ya sean nuestros hijos o nietos, queremos que sean capaces de multiplicar, de hacer derivadas, de conocer cuál es la capital de un país o de otro, de pedir comida en el McDonald’s en cualquier idioma? Porque parece ser que eso es lo que nos venden ahora mismo lo colegios, la excelencia curricular; pero ¿qué pasa con la educación de nuestros hijos en valores?, y con educación me refiero al trato que dan a su semejantes ¿Dónde se aprende, en casa o en la escuela? ¿Quién está equivocado, el profesor o el padre?

Debemos educar a nuestros jóvenes desde ambos agentes socializadores. Me entristece subir a un autobús urbano de cualquier ciudad y ver cómo niños de 14-15 años no ceden los asientos a embarazadas, ancianos o impedidos, porque tanto ellos cuando van solos, como quien les acompaña (incluso adultos) van pendientes de sus teléfonos sin preocuparse por el prójimo. Pongo el ejemplo del autobús por ser el más gráfico, pero hay más, escuche, escuche: ayudar a alguien a cruzar la calle, parar el abuso a un compañero de clase por parte del matón, faltar al respeto a un mendigo, no decir ni hola, ni adiós, ni gracias, ni de nada, entre otros ejemplos, aunque hay excepciones, no vayan a pensar que todo es blanco o negro.

Quizá se deba dejar de lado conocer cuál es la capital de los 195 países del mundo e invertir en educación; tampoco pido grandes milagros, saber decir hola y adiós, tratar de usted a los desconocidos, ceder el asiento en el autobús, en resumen, esos pequeños gestos que te sacan una sonrisa. En mi opinión de casa se sale “meao y cagao” y quizá esto deba enseñarse en casa y reforzarse en los centros docentes mediante asignaturas de nueva creación, donde se aprendan estas cosas y otras más útiles que el conjunto vacío como es rellenar una instancia, trámites con la administración, legislación básica, cómo pagar una multa o cómo formular una reclamación o una queja o sugerencia, o conocer las obligaciones que tienen como ciudadanos, sí, sí, obligaciones, todo el mundo conoce sus derechos, y de sobre es conocido este extremo; todos hemos oído a alguien decir, ya que está muy de moda: “es que tengo derecho, es mi derecho”, y sí, razón no le falta, pero lo que quizá deba de saber esa buena persona es que también tiene obligaciones.

Deberíamos dar a los jóvenes herramientas para los problemas a los que como adultos tendrán que afrontar sí o sí y no darles todo hecho. Y usted, ¿qué quiere o espera de nuestros jóvenes?

Alberto Miguel

Mi café está frío

 Ésta reivindicación de justicia de los jefes con los empleados y de respeto de los clientes hacia esos mismos empleados es la segunda colaboración de Leonardo para Golondrinas aturdidas

Mi café está frío. Mi café está frío, dijo un cliente de forma automática, apenas ha empezado a sostener la taza. Indignado, enfadado porque el café no está como le gusta. Es curioso cuan engrasada funciona la maquinaria de la indignación y el enfado para estos temas; sin embargo, se empieza a oxidar y ralentizar cuando se trata de cosas como la dignidad, la verdad, la honestidad... ya saben, esos conceptos caspas, pasados de moda pero que hacen que una persona sea algo más que un ente que reacciona por impulsos, que “hace lo que le da la gana”.

He trabajado en diferentes sectores y empresas. En todos los casos, cuando los jefes te toman el pelo, incumplen el contrato, o cuando directamente no te pagan, siempre aparecen los “buenos empleados” que entienden a la empresa, al jefe, al mercado laboral. En fin, salen en procesión disculpando o justificando la larga lista de ilegalidades e indecencias cometidas contra sus empleados. En estos casos sólo unos pocos se atreven a quejarse; el resto, calla. Por miedo, sumisión, masoquismo, por lo que sea.

La cuestión no es ésa, la cuestión es el uso de poder. Mejor dicho, el indecente uso de poder que hacen algunos proyectando su inmundicia sobre otros y da igual si el café está frío, o los zapatos que me ofreces no me gustan, es la ocasión perfecta para defender “tus derechos”, haciéndole pasar un mal rato a la persona que te ha atendido, que además es otro trabajador como tú, con similares problemas, con las mismas dificultades para llegar a fin de mes, las mismas condiciones lamentables laborales, o quizá no, quizá usted sea una persona con una posición mejor; en ese caso puede, como tantas otras personas, intentar humillar al empleado.

Acabaré mi café, estando como esté, porque soy un afortunado al tener salud y trabajo para tomármelo.

Leonardo

Convivir con la enfermedad

El día 23 del pasado mes de mayo me envió Josean por correo esta entrada de su diario. En conversación sosegada con el oncólogo, se ponen las cosas en claro: la curación es muy difícil... Hoy me he decidido a publicar la entrada en El diario de Josean. Estos son algunos párrafos, que he seleccionado.

23 de mayo de 2022

Me siento satisfecho. Hoy parecía no tener prisas. Esta mañana, Marimar y yo hemos hablado sosegadamente con el oncólogo, justo antes de empezar el quinto ciclo de quimioterapia. Aunque el panorama es sombrío, he salido con la impresión de haber abordado mi situación más definidamente. (...)

Yo, por fuera no me encuentro mal. Pero por dentro, el escáner (TAC) de mi abdomen ha revelado que los focos de metástasis hepáticas no se han reducido. Además, en esta ocasión, se observan nuevos micronódulos en los pulmones. Tumores sospechosos de ser pequeñas colonias de células malignas. El oncólogo ha tratado de insuflar esperanzas. Pero, mirándome tiernamente a los ojos, ha dejado claro que la curación es muy difícil. Su visión coincide con la que Joan Muriel, jefe de tumores colorrectales del Hospital Clínic, le apuntó a mi hija Inés. (...) 

Ya me lo había comentado hace unas semanas Inés. Mi curación es muy difícil. Mi aspiración más razonable es la de convivir el mayor tiempo que pueda con la enfermedad.

Es difícil calibrar mis expectativas de vida. Ciertos pacientes, en mi situación, sobreviven pocos meses. Y, el algún caso, más de cinco años. (...)

Padecer un cáncer implica un aprendizaje continuo. Un curso acelerado de vida. Desaparecen otras preocupaciones. Dejas de perder tiempo en cosas banales. Descubres que la vida no es un maratón. Que está compuesta por momentos. No hay que poner el piloto automático. Nada de dejarse arrastrar por las inercias. Vivir es lo urgente. Vivir el presente. Sin estar demasiado pendiente del pasado o del futuro. Lo que tengo es el aquí y el ahora. Hay que disfrutarlo con intensidad. Y agradecerlo.

(...) El cáncer separó mi pasado y mi futuro con una frontera nítida. Dinamitó mi vida el día que afloró. Ya no trabajo. De un día para otro, dije adiós al instituto, a las clases, a los alumnos, a los compañeros, a la alta montaña, a los viajes lejanos, a muchas rutinas de muchos años. Con lo que me queda por recorrer, dudo que vuelva a trabajar. Ya no aspiro a curarme. Ojalá este cáncer me dure mucho tiempo domesticado.

Pero la vida sigue siendo maravillosa. Incluso en la adversidad. Con un cáncer metastásico. Aunque amanezcan días grises, aspiro a seguir arrancando jornadas felices. Tengo que convivir con la enfermedad. Rediseñar mis objetivos. No quiero perder más energía en quejarme por haber tenido mala suerte. No voy a dimitir de mi vida. Quiero ser el protagonista de mi nueva andadura