martes, 7 de junio de 2022

Experiencias de la belleza

Las últimas entradas del diario de Josean nos hablan de distintas experiencias estéticas. Vale la pena leerlas. He seleccionado algunos párrafos para abrir el apetito. En Belleza y bondad Josean se hace preguntas muy enjundiosas sobre el asunto a partir de una experiencia muy concreta, cuando sin darse cuenta perdió el móvil:

«Caminaba lentamente de regreso a casa, cuando escuché unos resoplidos a mis espaldas. Giré la cabeza. Una mujer septuagenaria, con una incipiente cojera, estaba haciendo un gran esfuerzo para acercarse a mí. Había recogido el móvil. Me lo alcanzó muy sofocada. Con una sonrisa en la cara. Mientras le agradecía su gesto, vencí mi timidez mirándola fijamente a los ojos. Sosteniendo la mirada, me pareció asomarme al túnel del tiempo. Intuí un profundo poso de honestidad en la vida de esa señora. Vislumbré la biografía de una mujer virtuosa, dulce y servicial. Y percibí, en su avejentado rostro, una expresión de gran belleza.

»(...) Ahora que mi salud es frágil, que siento más intensamente el paso del tiempo, que percibo una mezcla punzante de dolor y alegría, advierto, quizás más que antes, que la vida está llena de atractivos. La búsqueda de la belleza es uno de los más potentes. Provoca profundas emociones. Muestran caminos que merecen ser recorridos. Mientras haya una cara que me conmueva, una flor que irradie alegría, una luz que ilumine la hierba, mientras sea capaz de concentrar la mirada en ello, intuyo que me seguiré sintiendo agarrado a uno de los más sólidos asideros de la vida.»

En Buscando la belleza nos da cuenta Josean de su descubrimiento de otro filón de belleza, la música clásica:

«Aunque no soy muy aficionado a la música clásica, pruebo con Sonata Claro de Luna de Beethoven. Durante el primer ciclo del tratamiento descubrí que, cuando el dolor acecha, me proporcionaba alivio. Al principio, una armonía decaída me transmite cierto sufrimiento. Pero luego se transforma en un ritmo del que no apetece salir. Transmite relajación. Incluso alegría. Música repleta de simetrías, progresiones equilibradas y dulces. Magnética. Bella.

»Uno, agazapado en el sofá, siente que va pasando por la vida dejando mucha belleza sin detectar. Lo que he sentido como bello es sólo una mínima parte del total. He profundizado más en paisajes, naturaleza, excursiones….

»Pero me queda muchos filones de belleza por descubrir. Hasta hace poco he sido sordo para la música clásica. Y un tarugo para bailar. Me ha interesado poco la pintura. Y menos la escultura. Tampoco he destacado en el arte culinario. Debo prestar más atención. Rebuscar con tesón. Redimirme de algunas cegueras. Bucear en la belleza del pensar. Valorar los vínculos con los más allegados. Investigar nuevas formas de hermosura.»


Las canciones y el canto son otro de esos filones de belleza (Cantar). Es cierto, como dice, que antes cantábamos más. Escuchar, a través del patio interior, a una madre cantando mientras hacía los trabajos de casa constituye uno de los recuerdos imborrables de mi infancia. 

«Hay canciones que cuentan lo que nos pasa por dentro. Explican cosas difíciles de expresar con palabras. Algunas nos empujan a la melancolía. Otras aportan un chute de energía. Las hay que invitan a llorar. O ayudan a dormir. Algunas espantan ciertos males. Los males anímicos. Son medicinas emocionales.

»Uno está convencido de que si, además de escuchar, cantamos, el sentimiento originado se amplifica. Ese esfuerzo por aprender la letra e intentar entonar afinadamente nos involucra más. Y esa atención que ponemos tiene su recompensa. Cuando ya hemos cantado un estribillo decenas de veces suele abrirse un hueco en la memoria de nuestra vida.

»El canto da voz a muchas emociones. Alegría, tristeza, lágrimas, lamentos, risas. Transporta de la inquietud a la paz. A una realidad nueva. Cantar produce momentos felices. Con facilidad. Es un acto sencillo. Estimula afectos. Vincula a los que cantan. No sé muy bien por qué.

»Hace cuatro o cinco décadas cantábamos mucho más que ahora. En el autobús, cuando íbamos a la montaña. En la parroquia, cuando acudíamos a catequesis. En la sobremesa de muchas celebraciones. Los excursionistas, catecúmenos o comensales, simplemente uniendo nuestras voces, lográbamos una conexión que provocaba alegría compartida.»


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