miércoles, 30 de marzo de 2022

Personas sin hogar y ciudad hostil

 Mi amigo Julio es trabajador social. Este artículo suyo se publicó en Diario de Navarra el 17 de marzo de este año.

    Según las últimas cifras basadas en la Estrategia Nacional Integral para Personas sin Hogar, un número cercano a las 40.000 personas se encuentran actualmente en esa situación en España.

    Estas personas no tienen un techo en el que cobijarse y esta realidad, que es dramática y complicada para las personas que la sufren, se está viendo agravada por un fenómeno relativamente nuevo, la llamada arquitectura hostil, a la que se suma una actuación hostil de ciertas instituciones.

La arquitectura hostil empezó a verse en grandes ciudades del hemisferio occidental, pero ya estamos viéndolo en algunas ciudades de nuestro país. Se crean barreras, lugares impracticables y se obstaculiza la vida diaria de los sin hogar,

Ejemplos que parecen inocentes, pero no lo son, como la sustitución de bancos alargados por asientos individuales, la división de los mismos con reposabrazos individuales, asientos que tienen una ligera inclinación, son muestras de esta arquitectura.

Como muestra, sirvan los "bancos Camden", que permiten sentarse, pero son muy incómodos para estar sentado un largo tiempo: Se instalaron en Londres a partir del 2014, siendo una muestra de dicha arquitectura hostil y de la nueva ingeniería social. 

 

Selena Savic coautora del libro ‘Unpleasant Design’, que investiga y recopila este fenómeno, en una entrevista realizada hace unos años decía:

“El diseño hostil se vale de 'agentes silenciosos'. Que se materializan en objetos e instalaciones que aseguran que el control se aplique en el ambiente, a través del diseño de espacios urbanos, mobiliario urbano y la comunicación de estrategias. No solo restringen el uso no deseado del espacio, sino que también evitan las interacciones entre las autoridades y los ciudadanos.”

Aunque la arquitectura/diseño hostil puede tener como objetivo a toda la ciudadanía, la realidad es que son las personas sin hogar las más afectadas, por todo con todo tipo de estructuras contra ellas, como son los bancos de diseños agresivos, púas bajo puentes, topes puntiagudos en las entradas de los edificios, estructuras inclinadas…. Todo ello se suma en una expulsión de estas personas del espacio público, haciéndolas invisibles.

En junio de 2019, el Papa Francisco nos indicó que existía un "ensañamiento" en la arquitectura hostil contra los pobres en todo el mundo.

En Navarra se empiezan a ver algunas muestras de esta arquitectura por parte de entidades públicas y privadas. Una de las formas de actuación contra estas personas está siendo, la tajante y agresiva actuación de los bancos y cajas. Al cierre de multitud de sucursales, con el cierre de sus cajeros, se suma la nueva tendencia de sacarlos a la calle o a desprotegerlos, esto deja a estas personas sin un refugio en una tierra cuyo otoño y sobre todo el invierno es bastante duro.

En Pamplona el Ayuntamiento lleva mucho tiempo realizando un buen trabajo de apoyo, con una Policía Municipal y Educadores de Calle volcados en ayudar a estas personas y unos servicios sociales, cuyas Trabajadoras Sociales hacen todo lo que está en su mano por apoyar. Otras instituciones, como Caritas y el Paris 365, con su programa “sopa caliente” realizan una labor sobresaliente en este campo.

Pero estos profesionales se están encontrando con un grave problema: el progresivo cierre de oficinas bancarias, la estrategia de sacar los cajeros a calle o dejarlos sin protección, el cierre a ciertas horas de los mismos, están teniendo un efecto verdaderamente dramático. Las personas sin hogar tienen que buscar un lugar para dormir. Esta situación de movilidad también hace que se dificulte su localización, y así las personas que los atienden, tengan graves problemas para realizar una intervención eficaz.

Y es mediante la profundización de esa labor por donde deben de llegar las soluciones, no mediante la exclusión de nadie de los espacios públicos.


    Nadie quiere que estas personas se vean condenadas a vivir en las calles, puentes, bancos o cajeros. Para evitarlo debemos ser imaginativos y solidarios, empáticos. En época de pandemia se actuó con decisión desde los Ayuntamientos y el Gobierno de Navarra ante la crisis del coronavirus y el estado de alarma, se habilitaron espacios nuevos para atender a esta población. Se actuó con decisión y se dispuso de albergues provisionales en Pamplona, se crearon más plazas desde el albergue de transeúntes y se habilitó el albergue de peregrinos en la calle Compañía, el Jesús y María, para acoger a las personas sin hogar que necesitaran cobijo en estos días, con 40 plazas nuevas.

Es el momento que, desde estos organismos y la Sociedad, planteemos nuevas estrategias y nuevas formas de actuar que eviten esta situación de forma justa y duradera. Esconder un problema dificultando su visibilidad en parques y jardines no solo no lo soluciona, sino que aumenta aún más la exclusión de los ya excluidos.

Julio Vidaurre



lunes, 28 de marzo de 2022

Polvo en el viento

 Quizás los jóvenes lo estéis viviendo de otra manera, pero los menos jóvenes vivíamos hasta ayer convencidos de que la guerra era algo que ocurría en otros continentes.  La caída del imperio soviético había sellado la garantía de una paz perpetua en Europa. Así lo creíamos. Solo la presencia de tropas españolas en el campo de batalla o sus aledaños (en Afganistán, por ejemplo) nos acercaba por un tiempo la realidad brutal de la guerra, realidad que procurábamos olvidar enseguida.

Llueve sobre mojado. Llevamos dos años preparándonos para la sorpresa. Tampoco nos esperábamos una pandemia de las dimensiones que está teniendo la Covid-19. A la gripe nos habíamos acostumbrado. En cambio, los confinamientos, las mascarillas, las restricciones en la celebración de actos públicos son cosas nunca vistas en nuestra vida.

Las calles vacías se llenaron de miedo y las casas de soledad. Los «otros» sufrieron un fenómeno de despersonalización: pasaron a ser vistos como posibles agentes de contagio más que como personas con las que relacionarse. La desaparición del rostro tras la mascarilla contribuyó a esa despersonalización. Ojalá sea un proceso reversible.

Pandemia y guerra. ¡Qué sensación de vulnerabilidad! Viene de lejos: vivimos (o vivíamos) como si no fuéramos a morir nunca. Durante la pandemia se han escondido los cadáveres; pero eso es algo que ya veníamos haciendo cotidianamente en los tanatorios. Y, de repente, nos hemos tropezado con la muerte al doblar la esquina.

¿Aprenderemos algo de estos sucesos dramáticos o los enterraremos en el olvido? ¿Nos tomaremos la vida en serio (que es la única manera de vivirla con alegría) o seguiremos instalados en la superficie sin profundizar en su sentido, sin hacernos las preguntas clave?

domingo, 27 de marzo de 2022

La bruja con caldero

 

Virginia es bruja y madre de brujas (Claudia, Anaís y Noa). Es cocinera, una artista, y de ahí viene lo de «La bruja con caldero», nombre con que firma esta entrada. Terminó la secundaria en el Instituto Félix Urabayen, ahora está terminando el ciclo formativo superior de Integración Social.


Mi café

El momento del café nos señala el comienzo de un nuevo días, a veces el final, o el parón para coger fuerzas en medio de la jornada laboral. Pues bien, de este momento vamos a hablar, en el que el café forma parte de nuestra rutina, bien para salir de ella o para comenzar con ella. Lo importante no es tanto el café como el sentido de ese momento, el acto y su valor.
Imaginense que suena el despertador, se asean, desayunan, se visten y salen como todos los días a realizar su jornada laboral. Antes pasan por la cafetería de toda la vida a tomarse un café, el cielo está azul y el sol brilla. Ese día el camarero tiene una actitud nada agradable, se les ha caído todo el azucarillo en el café cuando de normal ponen medio o el café está frío y amargo como el propio camarero. En este momento presienten que el día va a ser un asco, al igual que su café. Es curiosa la relación que establecemos entre lo que nos ocurre y lo que nos ocurrirá, nos volvemos brujos y brujas y predecimos nuestro futuro entre los posos del café: prevemos que el día será un asco, amargo, frío y triste.

Otro día cualquiera salimos de nuestra casa con la intención de tomar un café, resulta que hoy llueve y hace frío. Al entrar en la cafetería (la de toda la vida) el camarero les saluda amablemente y les sirve su café. Esta vez el azúcar cae en su justa medida, el café está calentito y tiene un sabor especial. Miramos a través de la ventana y vemos que el día está especialmente melancólico y nos sentimos protegidos en el interior de la cafetería, con nuestro café caliente y aromático. Una sonrisa dibuja nuestra cara y nos damos cuenta de que el placer también está en las pequeñas cosas. Nos sentimos afortunados de poder tener este momento y agradecemos a la vida lo que tenemos, pocas cosas, pero llenas de aroma y de sabor.

Sin embargo, lo decisivo no es la taza de café, sino el significado que cada uno le da a ese momento. Hay personas que lo necesitan para despertar; para otras es parte de un acto social, una reuniones de amigas, de empresa, de trabajo; para otras es descanso o nuevo impulso. Se trata de «mi café», un acto que desvela nuestra propia vida y nuestra forma de entenderla. Con cielo azul y calor, con lluvia en un día gris, al final es nuestra actitud ante la vida, no el clima, lo que marca la diferencia.

La bruja con caldero


viernes, 25 de marzo de 2022

Bailar en tiempos de guerra

 «Puede parecer una superficialidad danzar en tiempos de guerra, pero no hay mayor frivolidad que considerar todo grave. Hasta la tumba admite la ligereza despreocupada de unas flores. Siempre hay algo de lo que alegrarse: el abrazo de un cruasán con mantequilla, el beso de buenos días que se recibe con igual ilusión que un Óscar, las crestas montañosas que imitan espinazos de dinosaurio y recuerdan que otras amenazas también se extinguieron. «¡Alegrarse! ¡Alegrarse! Lo propio de la vida, su designación, es la alegría», recuerda Tolstói en sus Diarios. Si se desordena la alegría, sale una alergia.»

(Pincha en la imagen para leer el artículo).



HIjos en modo avión

Alberto M. y Sylvia S. tienen una hija, India, a la que han decidido educar sin pantallas. Ayer le pedí a Alberto que explicara esa decisión para publicar en el blog y por la noche, a pesar de que trabaja y estudia, tenía un mensaje suyo con la explicación... Selecciono unos párrafos.

«Los hijos sacan lo mejor y lo peor de nosotros como padres. Esos momentos en lo que sacan lo peor de nosotros suelen coincidir cuando queremos tener tiempo para nosotros, para hacer tareas del hogar, cocinar o simplemente dedicar unos minutos al aseo personal y/o también cuando el niño o niña de turno no quiere comer. Es en esos momentos cuando recurrimos a las pantallas, literalmente ponemos a nuestros hijos en modo avión, no queremos que molesten, queremos que nos dejen tranquilos y, como si de un dispositivo se tratarse, los ponemos en modo avión, los exponemos a una pantalla a cambio de nuestra libertad o de distraerlo para que coma.»

«(...) Pero, ¿qué pasa con nuestros hijos? Les estamos privando de participar con nosotros en nuestro día a día, de conversar con ellos y explicarles lo que estamos haciendo, de enseñarles a coger los cubiertos correctamente o a que se vuelvan críticos respecto a la comida que van a ingerir, les estamos privando de aprender (...).»



(Como podéis oír, Sylvia y Alberto hablan a India en inglés)

«Hemos aprendido como padres el valor de la paciencia, de dejar que una nueva personalidad se forme; de ser partícipes y dejar participar en cada actividad o momento del día. El precio que hemos pagado ha sido desintoxicarnos nosotros de las pantallas, ser menos dependientes a la dopamina que provoca un “like” en una red social y sobre todo mandar un importante mensaje a nuestra hija al no atender llamadas o mensajes cuando estamos jugando con ella. El mensaje es que ella es lo más importante para nosotros, más que un meme, o un video para adultos o publicar una foto que puede esperar; que cada momento con ella es único y no volverá jamás.»

Para leer el texto de Alberto completo pincha este enlace.

jueves, 24 de marzo de 2022

Colegio Irabia-Izaga, un orgullo

¡Irabia-Izaga, único colegio de Navarra entre los 100 mejores centros educativos privados y concertados de España según el ranking de la revista Forbes España (Forbes España)!

¡Enhorabuena a toda la comunidad educativa! 

martes, 22 de marzo de 2022

Lola la exploradora

    Hace dos semanas estuve cuidando a Lola. Aprendí: que hay que utilizar todos los sentidos para aprender (vista, oído, tacto...); que hay que repetir (mal que les pese a los malos pedagogos): escaleras arriba, escaleras abajo, vuelta a subir, vuelta a bajar... También aprendí que el afán de llevar la contraria (eso que llamamos «tener carácter») es innato y que hay que ser paciente, a veces muy paciente, y que una sonrisa es recompensa suficiente.

    Tengo pruebas:

    


lunes, 21 de marzo de 2022

Tocando la campana

 Lo del retablo me ha traído el recuerdo de esta campana histórica, que se encuentra en el santuario de Torreciudad: una de las que repicaron en la iglesia madrileña de Nuestra Señora de los Ángeles el 2 de octubre de 1928.



Retablo

 Ayer me hizo recordar Miguel esta ¿imagen? del retablo de Torreciudad. En realidad son 228 fotografías de alta resolución superpuestas, que hacen el efecto de un zoom tremendo. Para ver el retablo en detalle:



Sin marcha...

 ¡Echo en falta poder andar por los caminos del valle!



¿Qué es lo natural?

“Natural” y “antinatural” son términos que usamos como sinónimos de bueno y malo. Lo natural es bueno, lo antinatural malo; pero ¿qué es natural y qué es antinatural? Una primera respuesta sería la de la conciencia vulgar, la que se viene a la cabeza de cualquiera sin mayor reflexión: lo natural es lo normal, es decir, lo que se hace habitualmente, o lo que ha sido siempre, lo que siempre se ha dicho o siempre se ha pensado.

En una sociedad estable y culturalmente homogénea ni se plantea la cuestión. Todo el mundo da por sentado que lo normal es lo que está bien. Otra cosa es lo que ocurre cuando esa sociedad entra en contacto con otras culturas y otras costumbres, o cuando en su propio seno se encuentran tradiciones o culturas distintas. Lo que antes ni se cuestionaba se convierte ahora en problemático: ¿quién tiene razón?, ¿qué es mejor?, ¿todo vale?, ¿todo está bien?

En la era de globalización y del multiculturalismo estas cuestiones se han hecho presentes con una fuerza tremenda. ¿Hay culturas superiores e inferiores? ¿Hay criterios objetivos para medir el valor de una cultura, de una visión del mundo, de unas costumbres? La «humorada», teñida de desengaño, de Campoamor: «En este mundo traidor, / nada es verdad, ni mentira, / todo es según el color / del cristal con que se mira», se ha convertido hoy en una convicción «seria» y de una evidencia palmaria. Quien se atreve a negarlo sólo puede ser un intolerante antidemócrata.

Pensar que por encima de las mayorías hay una verdad y un bien objetivos, que debemos aceptar y a los que debemos adecuar nuestras acciones se considera una forma de dogmatismo, incompatible con la democracia. No hay criterios ni normas objetivas, pero, como es necesario gestionar la convivencia de alguna manera, aquí y ahora se impone tal o cuál cosa porque es lo que dice la mayoría o quien la representa, o porque así está en la ley. El consenso de la mayoría es la única fuente de la verdad moral.

Ya en la antigüedad algunos pensadores defendieron la ley del más fuerte como lo único natural; así rige entre los animales, y el hombre es un animal más. Las normas jurídicas y morales son una imposición del más fuerte, es decir, de quien gobierna. Como esta formulación resulta dura, se presenta como consenso o como voluntad general y se vuelve comestible. Otra opción que también se encuentra en la filosofía antigua es la de considerar la ley del placer como ley natural; el bien es lo placentero, cada cuál sabe qué es lo que le agrada y, por tanto, lo que tiene que hacer. La misión de quien gobierna es garantizar que esto se haga sin conflictos: que cada uno haga lo que le dé la gana, siempre que no ejerza violencia sobre los otros. En ambos caso se afirma que no existe un bien objetivo, que no hay nada que sea bueno siempre y para todos.

Más allá del bien y del mal

Ciertamente esta posición tiene su atractivo, porque parece exaltar la libertad, respetando a todos. La cuestión, sin embargo, es si es la verdad… Se puede defender teóricamente que lo que cada uno elige es bueno, precisamente por haberlo elegido, de manera que siempre se acierta, no cabe error. ¡Qué suerte!… si no fuera porque hay que tomar decisiones y lo experimentamos dramáticamente, porque tememos errar; y porque tenemos experiencia del fracaso y del arrepentimiento. Y esto sólo significa una cosa: que la voluntad no es la medida de sí misma, que no basta con querer algo para hacerlo bueno, sino que hay otros criterios a los que la voluntad debe someterse cuando hay que hacer una elección.

Si fue Nietzsche quien defendió con mayor ímpetu la superación de las nociones de bien y mal, ha sido Sartre tal vez quien ha descrito de manera más descarnada las consecuencias de esa posición. El hombre comienza por ser nada, aparece en el mundo y proyecta lo que va a hacer de sí mismo. «Elegir ser esto o aquello es afirmar al mismo tiempo el valor de lo que elegimos, porque nunca podemos elegir mal; lo que elegimos es siempre el bien». El hombre es libertad, y, en consecuencia, está solo, sin excusas, abandonado y desamparado: «está condenado a ser libre», a inventar a cada instante al hombre, sin ninguna referencia objetiva. Pero lo que elegimos para nosotros, lo elegimos para la humanidad entera. No podemos, de buena fe al menos, actuar de una manera y no querer al mismo tiempo que los demás hagan lo mismo.  De ahí que la situación «normal» del hombre, ante la enorme responsabilidad que recae sobre nosotros, sea la angustia. (Parece que la mala fe abunda; la mayoría de la gente opta por narcotizar la conciencia a base de atolondramiento y drogas. La angustia es para las élites.)

Son Nietzsche y Sartre también los que pone las cartas sobre la mesa. Para comer los frutos del árbol del bien y del mal hay que matar al señor de la viña. Con la muerte de Dios desaparece toda posibilidad de encontrar valores objetivos, «no está escrito en ninguna parte que el bien exista, que haya que ser honrado, que no haya que mentir (…). Dostoievsky escribe: “Si Dios no existiera, todo estaría permitido”». Dios, cuando crea, sabe con precisión lo que crea, le dota de una naturaleza, esto es, le da una definición y unas leyes que rigen su existencia. «El hombre, (…) si no es definible, es porque empieza por ser nada. Solo será después, y será tal y como se haya hecho. Así pues, no hay naturaleza humana, porque no hay Dios para concebirla».

Si no hay Dios, no hay naturaleza humana; si no hay naturaleza humana, somos absolutamente libres; nos damos las leyes a nosotros mismos, no dependemos de nada ni de nadie: esa es la noción moderna de autonomía moral. No podemos elegir nuestro propio nacimiento, pero sí podemos decidir engendrar o no, de una manera o de otra, y según qué condiciones. Elegimos la vida que queremos vivir, pero decidiendo en cada momento seguir o retroceder, empezar una nueva vida o terminar definitivamente con ella. Podemos elegir la orientación sexual y el aspecto físico; si la biología se resiste a la voluntad, la técnica nos ofrece cada día más oportunidades de modelar el cuerpo a nuestro gusto. Estamos en nuestro derecho. Ya había avisado Kant que la voluntad es ley para sí misma. La voluntad es Dios.

La condición de criatura

Pero podemos recorrer el camino inverso: en el mundo hay leyes (físicas, químicas, biológicas, etc.), luego existe Dios. Las leyes que rigen el mundo material son parte del plan de Dios creador, lo que san Agustín llamó ley eterna. El hombre, como ser corpóreo, está sometido a esas leyes; pero, como ser espiritual (inteligente y libre), está también sometido a otro tipo de leyes, las morales, leyes que debe cumplir por medio del conocimiento y la libre voluntad.

El hombre no es un ser arrojado al mundo, desamparado, abandonado a la angustia existencial. El hombre es criatura de Dios, engendrado por amor para alcanzar su plenitud y ser feliz. Como viera Platón, Dios es a la vez origen y fin último de todo. Habría que decir: es el fin de todo precisamente por ser el origen. En todo lo que ha creado ha puesto una inclinación al bien, a la perfección propia, que en el hombre, imagen de Dios, es un movimiento dirigido a Él mismo, Bien infinito. Esto es lo natural primario en el hombre: el apetito de Dios.

Según el pensamiento de santo Tomás, todos los bienes que queremos los queremos en cuanto que se ordenan al Bien; dicho de otra manera, cuando queremos un bien, queremos en última instancia el Bien, buscamos a Dios. Esa voluntad natural de Dios es justamente lo que hace rectos nuestros deseos, ordenados, buenos moralmente. Es voluntad natural porque no es fruto de una elección libre, sino de la orientación necesaria de la naturaleza humana: viene con el ser humano «de serie». Y de serie nos viene también su conocimiento, lo que santo Tomás llama razón natural o sindéresis, que constituye la base de la conciencia moral. El resultado es primer precepto moral, el primer principio práctico: «Hay que hacer y procurar el bien y evitar el mal».
 
Ahora bien, ¿cómo sabemos qué es bueno en concreto? También forman parte del equipamiento de serie de los humanos determinadas inclinaciones o tendencias, que manifiestan el plan de Dios para nosotros: inclinaciones a los bienes necesarios para la conservación de la vida y para su extensión (lo relativo a la procreación y a la crianza de los hijos), y sobre todo (porque son más específicas del hombre), las inclinaciones al conocimiento de la verdad y a la convivencia social. De ahí que la mayor parte de nuestros deberes naturales sean deberes de justicia: los diez mandamientos, preceptos que el hombre es capaz de comprender inmediatamente, y que derivan de dos preceptos evidentes y fundamentales: que hay que amar a Dios y al prójimo. ¡Esto es lo natural, este es el núcleo básico de la ley natural!

Lo que entendemos por ley natural está constituido, por lo tanto, por tres elementos: las inclinaciones naturales a los distintos bienes humanos, la voluntad natural del Bien, y el conocimiento natural que tenemos de ello. Si este conocimiento no tiene toda la evidencia que le corresponde es por culpa del oscurecimiento de la razón producido por el pecado. Incluso si una persona mantiene la rectitud de conciencia, le será muy difícil captar la verdad de lo natural, si se educa en un ambiente de costumbres contrarias a la ley natural. Por otra parte, los preceptos de la ley natural se van haciendo menos evidentes a medida que se van concretando. Que hay que hacer el bien y evitar el mal es evidente en absoluto. Que hay que amar a Dios y al prójimo es evidente en sí mismo, pero no para todos; es fácil, por ejemplo, caer en el error de pensar que el prójimo es sólo un determinado grupo de personas (el clan, la tribu, etc.). Hay otros preceptos que sólo son manifiestos a los sabios, dice santo Tomás, porque requieren más reflexión y consideración (por ejemplo, el que ordena honrar a los ancianos), y otros que conocemos por la enseñanza del mismo Dios (por ejemplo, «no tomarás el nombre de Dios en vano»).

La ley natural, raíz de la felicidad personal y de la justicia social

El respeto de la ley natural no es una cuestión menor, ni en el plano individual ni en el social. Ante comportamientos de una persona que nos resultan antinaturales o anormales (o, al menos, chocantes) se suele decir: «¡Si es feliz así!» Esa es la cuestión: que no se puede ser feliz de cualquier manera, al margen de Dios y de su voluntad, manifestada en la ley natural. Porque sólo Él, Bien infinito, puede saciar la sed de felicidad, y a Él sólo se llega por su luz. De la misma manera que el cuerpo no se nutre de alimentos imaginarios, o soñados, por mucho que uno se empeñe, tampoco la persona se nutre de bienes irreales o falsos, por mucho que uno mismo los haya elegido. Sólo bienes verdaderos perfeccionan la humanidad y nos conducen a la felicidad por el camino de la plenitud personal.

En cuanto al plano social, el Santo Padre ha tenido la oportunidad de recordar, en su discurso ante la asamblea general de la ONU (18 de abril de 2008), que los derechos humanos «se basan en la ley natural inscrita en el corazón del hombre y presente en las diferentes culturas y civilizaciones». De ahí su carácter universal, porque la persona humana, sujeto de esos derechos, también lo es: una naturaleza humana común a todos los seres humanos es el único fundamento que garantiza la libertad y dignidad del hombre, de todo hombre. Los derechos humanos «son el fruto de un sentido común de la justicia», el mismo sentido común de la justicia que constituye el meollo de los diez mandamientos, «basado principalmente sobre la solidaridad entre los miembros de la sociedad y, por tanto, válidos para todos los tiempos y todos los pueblos».

Cuando se presentan simplemente en términos de legalidad, como fruto de un consenso refrendado por normas y apoyado en la fuerza coercitiva, «los derechos, decía el Papa, corren el riego de convertirse en proposiciones frágiles», que se respetan si el legislador quiere respetarlos o encajan con los intereses de los poderosos. «El respeto de los derechos humanos está enraizado principalmente en la justicia que no cambia, sobre la cual se basa también la fuerza vinculante de las proclamas internacionales.» El origen de la Declaración Universal de los Derechos Humanos está, como recuerda Benedicto XVI, en «la profunda conmoción experimentada por la humanidad cuando se abandonó la referencia al sentido de la trascendencia y de la razón natural y, en consecuencia, se violaron gravemente la libertad y la dignidad del hombre».

Si queremos de verdad evitar que la humanidad vuelva a encontrase en situaciones semejantes a las que hemos vivido en el siglo XX, no podemos, decía el Papa, retroceder hacia un planteamiento pragmático, de mínimos, cediendo a «una concepción relativista, según la cual el sentido y la interpretación de los derechos podría variar, negando su universalidad en nombre de los diferentes contextos culturales, políticos, sociales e incluso religiosos». Esta «mísera perspectiva utilitarista» no sirve para garantizar la salvaguardia de la dignidad humana, que se funda en la dignidad de su origen, Dios, y en su plan eterno para nosotros manifestado en la ley natural.

domingo, 20 de marzo de 2022

La comunicación entre el profesor-tutor y los alumnos

Una efectiva y eficaz relación educativa tiene que partir de la confianza del educador en las posibilidades de mejora del educando y en su propia capacidad para influirle positivamente, capacidad que se acrecientan en la medida en que se mantiene la coherencia con el ideario del centro y con la práctica educativa del centro.
La comunicación del tutor con el alumno debe ser vivencial, porque debe versar sobre la realidad vital del alumno; pero al mismo tiempo tiene que ser sistemática, con unos objetivos programados.
El fin de la orientación no es individualizar, sino personalizar. Lo primero hace referencia a lo numérico; la personalización es más, porque se trata de considerar al alumno como persona, como ser único, con unas circunstancias particulares, un modo de ser propio, unas determinadas cualidades, cierto grado de desarrollo psicológico, etc.

Palabras clave: comunicación, entrevista, tutoría, orientación educativa, educación personalizada.

A genuine and effective educational relationship has to start from the confidence of educators in the possibilities of improvement of pupils, and in their own ability to influence them positively, ability which will be increased as coherence with the institution ideology is kept, and with the educational practice of the teaching institution. Communication between a tutor and a pupil must be existential, because it must deal with the pupil vital reality; but, at the same time, it has to be methodical, with some planned objectives. The end of guidance is not to individualize, but personalize. The first refers to numerical; personalization is more, because it is about considering the pupil as a person, as a unique being, with some particular circumstances, a way of life of his/her own, some certain qualities, a degree of psychological development, etc.

Key words: communication, interview, tutorship, educational guidance, personalized education.

Texto del artículo

Calidad... ¿Qué calidad?

Modelos de calidad en educación

Desde la óptica de profesor mi opinión sobre la implantación de modelos de calidad en los centros educativos se puede condensar en dos ideas:

1) esos modelos fomentan el espíritu de evaluación y eso es bueno;

2) esos modelos no tienen en cuenta lo esencial de la educación y en consecuencia la calidad a que se refieren no es verdaderamente la de la educación.

Estoy oyendo hablar de educación de calidad y enseñanza de calidad desde que empecé a trabajar como profesor. Ciertamente, hasta hace unos años “calidad” era una palabra talismán que utilizábamos para pedir aumento de sueldo, mejoras en nuestra situación laboral, la disminución del número de alumnos por aula o la disminución de horas lectivas del profesor. Ahora el contexto es diferente. La necesidad sentida en el ámbito empresarial de establecer procedimientos para determinar la calidad de los procesos de producción y planificar mejoras ha llevado a la consolidación de distintos modelos de evaluación y de sistemas de certificación o acreditación de la calidad que posteriormente se han trasladado al ámbito escolar.

¿Tiene sentido aplicar estos modelos en los centros educativos? ¿Hasta qué punto un centro escolar es asimilable a una empresa? ¿La aplicación de un modelo de calidad mejora realmente los resultados educativos del centro? ¿Obtener un certificado garantiza la calidad educativa de un centro escolar? Para responder a estas preguntas hay que considerar un dato significativo: los modelos de calidad dan por supuesto que la mejora de los procesos implica una mejora de los resultados. Ahora bien, no es igual una industria que una empresa de servicios, por ejemplo. En un caso, la calidad de los resultados depende esencialmente de la calidad de los procesos de producción. En el otro, además de la técnica hay que tener en cuenta otros factores más etéreos, más difíciles de cuantificar y por tanto de medir: las relaciones personales con los clientes, el ambiente de trabajo, la capacidad de iniciativa de los empleados, su creatividad, su implicación en los objetivos de la empresa, la confianza del público en la marca, el efecto del marketing...

En la enseñanza hay indudablemente un componente técnico, pero el resultado (la educación) no depende esencial ni principalmente de él. Está en primer lugar la educación familiar: cómo llegan los alumnos al centro y cómo se implican los padres en la colaboración con los profesores. Después, hay que tener en cuenta las condiciones del centro, sobre todo si tiene un buen proyecto educativo y curricular que oriente realmente la vida escolar, es decir, que cuente con la implicación del profesorado en el proyecto. Tampoco se pueden olvidar los condicionantes externos, como el entorno socioeconómico en el que se mueve. ¿Puede extrañar que muchos profesores veamos con escepticismo la aplicación en nuestros centros de modelos de calidad que no terminan de ajustarse a las peculiaridades de nuestra “empresa” y a su complejidad?

Pocas empresas disponen de una regulación tan exhaustiva de su actividad como los centros educativos; regulación de su organización, del proceso de admisión de alumnos, de la toma de decisiones en función de las competencias de cada cual, del número mínimo de reuniones de cada órgano, de los contenidos y de los procesos de la enseñanza: tenemos reglamentado el PEC, los PCC, la PGA, el PAT, el POE, el RRI, las Programaciones Didácticas de los departamentos, las Memorias... Si nos tomamos en serio todo esto; si no reducimos los instrumentos de programación y planificación  a trámites burocráticos, sino que los asumimos como medios útiles para mejorar nuestra acción educativa, ¿hacen falta equipos de mejora? ¿No nos basta, además de nuestra propia organización, con los órganos de la administración educativa, en especial el Servicio de Inspección Técnica y de Servicios?

Me temo que la insistencia en los procesos nos haga perder de vista lo esencial. Además de que los profesores podemos acabar hartos de rellenar papeles – evaluando reuniones, por ejemplo, reuniones que son simples medios – hay que evitar perder de vista los fines: enseñar bien, que los alumnos aprendan y, sobre todo, colaborar con los padres en la educación. Un imaginario centro de formación de delincuentes podría obtener un certificado de calidad en atención a su correcto funcionamiento y el éxito de las enseñanzas impartidas. ¿Quién y cómo valora los fines – el proyecto “educativo” -?  No parece que la satisfacción del “cliente” sea suficiente. Las encuestas dicen que los padres de los alumnos de este país están mayoritariamente satisfechos con el sistema educativo, mientras los profesores nos quejamos del sistema, de los padres y de los alumnos. ¿Cómo medir objetivamente las diferentes percepciones subjetivas de unos y de otros?
Sin duda el auge de la implantación de modelos de calidad está contribuyendo a eliminar inercias y a crear en los centros docentes una cultura de la mejora permanente. Especialmente subrayaría a este respecto un beneficio claro: el haber despertado la conciencia de evaluar el funcionamiento del propio centro, de sus órganos de gobierno y de participación, etc. Pero esto, siendo importante no es lo esencial; el fondo de la cuestión, a mi entender, estriba en definir “calidad de la educación”, esto es, en definir “educación” y por tanto en esclarecer qué entendemos por “el pleno desarrollo de la personalidad del alumno” (artículo 1.1 de la LOGSE, en vigor) y “la formación personalizada, que propicie una educación integral en conocimientos, destrezas y valores morales de los alumnos en todos los ámbitos de la vida, personal, familiar, social y profesional” (artículo 2.3 de la LOGSE, en vigor). Evidentemente, la administración educativa no es la que tiene que determinar de qué valores morales estamos hablando; y en la sociedad no existe consenso: ésa es, me parece, la limitación fundamental de cualquier modelo de calidad que quiera implantarse en un centro educativo.

(Publicado en la revista del Consejo Escolar de Navarra Idea, nº 18, 2004)

La Pasión de Cristo

Revivir el dolor

Habrá quienes vean La Pasión de Cristo como un espectáculo sangriento, repugnante, insoportable; habrá quienes vayan a verla como quien se acerca a un accidentado sin intención alguna de ayudar, por morbo. Habrá quien se aburra, porque lo que se cuenta ya es conocido; en cambio, quien no conozca los evangelios con cierto detalle se perderá de la misa la media. Habrá quien vaya a verla para poder insultar a Mel Gibson o para escandalizarse farisaicamente de la fe de los cristianos. En definitiva, habrá entre los espectadores las misma actitudes que hubo hace dos mil años entre los que estaban en el Calvario. En mi opinión, para un cristiano La Pasión es una película que hay que ver en oración, en actitud contemplativa.

Durante dos horas, asistimos a los acontecimientos centrales de la historia de la salvación, que es la historia de la humanidad: los misterios de dolor del Hijo del Hombre, que son – el guión lo transmite con claridad - los misterios del amor de Dios por nosotros. Son hechos que los cristianos conocemos bien; los meditamos en el Santo Rosario y en el Via Crucis, los revivimos cada año en la Semana Santa. Y, sin embargo... Quizás sea por influencia de las críticas previas que han insistido en la violencia de la película, lo cierto es que me parece que es más violenta para la conciencia que para la sensibilidad, porque Jesús padeció y murió por nuestros pecados: dice el Santo Cura de Ars en uno de sus sermones que los dolores físicos de la Pasión fueron nada en comparación con el dolor que le infligimos los cristianos con nuestros pecados personales.

Ciertamente, acostumbrados a los crucifijos “lavados”, pulidos, marfileños, casi incoloros, el verismo de Mel Gibson resulta duro; no porque se haya recreado gratuitamente en la violencia, sino porque hace visibles los sufrimientos de Cristo tal y como se narran en los evangelios, como los anticiparon el salmista e Isaías, como los describe la ciencia y como los compartieron místicamente los santos. Sin duda, uno de los méritos de la película es precisamente la buena documentación del guión a este respecto.

Por otro lado, las recreaciones imaginativas – junto con los flashbacks de escenas evangélicas - contribuyen a dar mayor densidad narrativa a la historia y a subrayar el sentido teológico de lo que estamos viendo: la presencia del demonio, las escenas “apócrifas” de la vida de Jesús, la “construcción” de la figura de Simón de Cirene, de Pilato y su esposa...

Hay detalles que hacen pensar que los guionistas (Mel Gibson y Benedict Fitzgerald) no sólo conocen la vida de Cristo, sino que la han meditado: la acertada utilización de determinadas citas; la presencia destacada de la Virgen a lo largo de toda la Pasión, ayudando con la mirada a su Hijo y deseando morir con Él; la inserción en flashback durante la crucifixión de escenas de la última cena, poniendo de manifiesto el carácter eucarístico de la Cruz – el carácter sacrificial de la Misa -... En resumen: cine bien hecho, para rezar: quizás eso es el cine religioso.




 

Hombre de familia

La trayectoria de la vida

Para los padres de familia la conciliación de la vida laboral con la familiar, cuando se ejerce una profesión liberal (esto es, cuando no se tiene que “fichar”), es una cuestión abierta de forma permanente. ¿Hasta dónde debe llegar la dedicación al trabajo, trabajo del que depende el bienestar de la familia? ¿Cuánto tiempo requiere la atención de la mujer y de los hijos? ¿En realidad, es una cuestión de tiempo –de cantidad- o de calidad? ¿Debo renunciar a determinados logros profesionales en aras de esa atención?

Family man (Brett Ratner, 2000) plantea esta cuestión bajo la forma de un peculiar dilema. Jack, el protagonista, ha elegido para su vida el camino de la entrega total al trabajo y, por tanto, de la ausencia total de compromisos en la esfera personal y afectiva. Como el éxito le acompaña generosamente, la verdad es que no echa en falta nada para sentirse feliz: posee un piso magnífico en Nueva York, la capital del mundo, y un coche deportivo impresionante, viste elegantemente y come en los mejores restaurantes... ¿Qué más se puede pedir?

Desde luego, Jack no pide más; pero alguien está decidido a demostrarle que necesita algo más. Es Navidad, tiempo de buenos sentimientos y de... milagros: Jack recibe, como respuesta inesperada a una buena acción, el “don” de vivir una trayectoria vital diferente de la que ha seguido. De la noche (Nochebuena) a la mañana (de Navidad), se encuentra arrojado a una existencia de hombre casado, con dos hijos, un trabajo de contable y... pobre. No hace falta decir que, antes de descubrir el gozo de ser un hombre de familia (¡es una película navideña!), el pobre Jack tiene problemas para adaptarse a su nueva situación: la responsabilidad con la mujer y los hijos, la ropa de baja calidad, el pollo precocinado, un trabajo mediocre...

¿A quién no le gustaría saber cómo hubiera sido su vida si... en lugar de tomar tal decisión, hubiera tomado tal otra; si se hubiera dedicado a esto y no a lo otro; si viviera en tal sitio, fuera de tal modo o...? Aun aceptando la lógica de los milagros, Family man contiene algunas trampas en las que no conviene caer. El Jack-de-familia es el mismo que el Jack-ejecutivo-con-éxito: vive su segunda trayectoria vital con la mentalidad, la personalidad, el saber y la experiencia adquiridos en la primera. Además, la vida no se reduce a dos posibilidades entre las que haya que elegir; cada decisión que adoptamos señala un punto de inflexión en la trayectoria de la vida, en la que influyen también, y de qué modo, las decisiones que van tomando los demás. Jack descubre un mundo distinto, pero hay infinitos mundos posibles.

Por otra parte, ¿de qué sirve conocer otras vidas posibles en virtud de decisiones pasadas, si el futuro será siempre una incógnita? Volvemos a la realidad: no hay más que una trayectoria vital, la que vamos haciendo día a día con nuestras decisiones –con nuestra libertad-, con nuestra respuesta a las circunstancias –tantas veces fuera de nuestro control-. Vivir no es elegir entre dos alternativas (¡qué fácil sería!), sino jugársela cada día, sin poder estar seguros del acierto hasta el final: la aventura.


El león, la bruja y el armario

En nuestro entorno C. S. Lewis (Belfast 1898, The Kilns 1963) es conocido sobre todo por sus ensayos y por sus escritos autobiográficos: «El problema del dolor», «Cartas del diablo a su sobrino», «Cautivado por la alegría» (sobre su conversión al cristianismo en 1931), «Una pena en observación» (sobre la muerte de su mujer), «Mero cristianismo», «Los cuatro amores», «La abolición del hombre», etc. Pero Lewis es también el autor de la «Trilogía de Ransom» y de las «Crónicas de Narnia».

Lewis publicó «El León, la Bruja y el Armario» en 1950. El éxito del libro le movió a continuar escribiendo historias ambientadas en el mismo país mágico al que se accede a través de un armario ropero, hasta un total de siete historias que constituyen las Crónicas de Narnia. Por orden de publicación, son: «El Príncipe Caspian», «La Travesía del Explorador del Amanecer», «La Silla de Plata», «El Caballo y el Muchacho», «El Sobrino del Mago» y «La Última Batalla». No obstante, la mayor parte de las ediciones actuales ordenan los libros según la cronología de la narración, empezando por «El Sobrino del Mago», donde se cuenta la creación de Narnia, y siguiendo con «El León, la Bruja y el Armario», «El Caballo y el Muchacho», «El Príncipe Caspian», «La Travesía del Explorador del Amanecer», «La Silla de Plata» y «La Última Batalla». En cuanto a las versiones cinematográficas, parece ser que la Disney tiene la intención de rodar las películas siguiendo el orden de su publicación.

En «El León, la Bruja y el Armario» se cuenta la historia de cuatro hermanos, dos chicas y dos chicos, que, para escapar de los bombardeos alemanes sobre Londres durante la segunda guerra mundial, son enviados al campo, a una mansión habitada únicamente por un anciano profesor y su ama de llaves. En una de las estancias de la casa, Lucy, la pequeña de los hermanos Pevensie, encuentra un armario ropero que da acceso a un mundo poblado por seres mitológicos y donde los animales hablan. Es Narnia, el país donde siempre es invierno y nunca Navidad desde que reina la Bruja Blanca; pero hay una profecía que anuncia la llegada de una nueva primavera, cuando los cuatro tronos de Cair Paravel, el castillo real, sean ocupados por dos hijos de Adán y dos hijas de Eva… En el desarrollo de los acontecimientos, los cuatro hermanos acaban uniéndose al ejército del león Aslan, el verdadero rey de Narnia, para luchar contra la Bruja Blanca.

En 1979 se hizo una versión cinematográfica en dibujos animados y otra, con personas reales, en 1988 realizada por la BBC. La que se acaba de estrenar está producida por la Disney y dirigida por Andrew Adamson (responsable de Shrek). En términos generales la película es fiel al libro, aunque la verdad es que, desde el punto de vista narrativo, lo supera (¡no pensaba que pudiera decir esto alguna vez!). El guión marca un ritmo más sostenido, que culmina en la batalla final, e introduce algunas variantes que aumentan el dramatismo de la historia (el acoso de los lobos a la casa de los castores, la supuesta persecución de la Bruja, etc.). Por poner una pega: el león Aslan pierde algo de la fuerza que tiene en la novela, tanto por lo que se refiere a su carácter mesiánico como a... ¡su rugido! (También se podría mejorar el doblaje de Lucy.)

Aunque no quiera, la comparación con «El Señor de los Anillos» resulta inevitable: porque Lewis y Tolkien eran amigos, por la común inspiración mitológica, porque tanto Adamson como Jackson son de Nueva Zelanda, donde también se han rodado las películas... No obstante, «El León, la Bruja y el Armario» está dirigida a un público infantil (en la dedicatoria habla Lewis de «cuentos de hadas») y tiene por una tanto, una estructura más simple (y muchísimas menos páginas) que «El Señor de los Anillos». En la pantalla esto se traduce, por ejemplo, en las diferencias de iluminación y en la presencia / ausencia de terror. «El León...» es una película para toda la familia, «El Señor de los Anillos», no. ¿Alguien se imagina a Papá Noel en la Tierra Media?

Otra cuestión es la de la inspiración cristiana de «El León...». Que la figura de Aslan evoca la de Cristo es indudable, pero no creo que haya que llevar el asunto mucho más lejos. Si se habla de la Navidad, parece que no se puede identificar al león con Jesús... La novela tiene su propia lógica (y su magia) interna y hay que leerla (y la película verla) aceptando esa lógica, disfrutando de sus valores estéticos y éticos; pero, para evangelio, ya tenemos cuatro. De todos modos, quien quiera seguir ese rastro, puede empezar por visitar el sitio http://es.wikipedia.org.





Avatar

Póster de Avatar

Entre la nostalgia y la esperanza

A estas alturas no es necesario insistir en que James Cameron sabe su oficio y cómo ganar dinero con él (Terminator, Abyss, Titanic). Avatar es un gran espectáculo visual, una película de aventuras de las que hacen v
olar la imaginación, emocionante, entretenida y con buen ritmo, como debe ser. ¿Y algo más?

Compañía minera quiere expulsar indígenas de sus tierras con malas artes para explotar sus recursos; civilización destructora versus armonía natural paradisíaca; hombre-blanco-civilizado-malo frente a salvajes-sin-civilizar-buenos; hombre-blanco que cambia de bando y se incorpora a la tribu (contribuyen a ello, entre otras cosas, los encantos de una indígena)… Para confirmarnos que estamos viendo una película de vaqueros -por si nos quedaban dudas-, aparecen los guerreros na’vy a caballo (o así) aullando como sioux. Una banda sonora que homenajea el tema de El bueno, el feo y el malo remata la faena.

Avatar bebe de muchas fuentes, no sólo de Pequeño gran hombre, Bailando con lobos o Pocahontas, por ejemplo; también de Matrix (hay una analogía entre el modo en que los humanos entran en la realidad virtual de Matrix y en el avatar) y de Distrito 9 (el protagonista lleva un diario en videoblog). En sí mismo esto no es un demérito; que el argumento tenga pocas novedades no es razón para menospreciar una película; simplemente, pone las cosas en su sitio. Por otra parte, Cameron no tienen la culpa de que uno esté en esa edad en la que resulta difícil que te pongan en la tele una peli que no hayas visto ya o que no te provoque un déjà-vu.

Es cierto que también se acusa a los diseñadores gráficos que han trabajado en la película de copiar los diseños de las portadas de los álbumes de Yes, el grupo británico de rock sinfónico (en el caso, por ejemplo, de las montañas colgantes). También es verdad que, junto a aciertos en la concepción visual del film, hay también (para mi gusto, claro) decisiones que rayan lo cursi, como los suelos que se van iluminando al paso de los protagonistas o el diseño del Árbol de las almas. En algunos momentos de la película, el planeta Pandora parece una discoteca infantil. En cualquier caso, gustos visuales aparte, Avatar es una película divertida.

No es esto lo importante. Ni que sea en 3D. Lo realmente interesante es lo que hay detrás. En primer lugar, la nostalgia de una vida más cercana a la naturaleza, menos civilizada, menos urbanita, con menos estrés y más paz, con mayor armonía en el interior de cada uno, con los demás y con nuestro entorno. La civilización se empareja con la búsqueda del lucro,  la destrucción y la autodestrucción; la cultura de la tribu omaticaya con la sabiduría de la vida. Parece un hecho constatado que buena parte de los espectadores sale de la sala con el deseo de acercarse a la naturaleza. Este sí es un mérito de Avatar: transformar la nostalgia en esperanza al situar el Nuevo Mundo en otro planeta, como una Tierra Prometida. El western se convierte en película de ciencia-ficción; el pasado, en futuro posible. Frente a las películas futuristas al uso –oscuras, catastrofistas, apocalípticas-, Avatar muestra al espectador la posibilidad luminosa de un mundo mejor.

Lo malo es que este mensaje positivo se presenta con un enfoque pseudomístico, estilo new age. El ecologismo de la película consiste en una religiosidad que diviniza la naturaleza. Ecologismo y panteísmo con ribetes feministas: Eywa, la diosa Madre Naturaleza, tiene sacerdotisa, que es precisamente la madre de Naytiri, la omaticaya que educa al protagonista. El mal es varón: la civilización occidental, radicalmente patriarcal, machista, racionalista, competitiva, militarista; el bien es mujer: el contacto con la naturaleza, lo maternal, el amor, la paz.

He hablado de esperanza y no sé si debería hablar más bien de mera ilusión, porque la posibilidad de un mundo nuevo parece depender de la desaparición del ser humano. Al final de la película los malos abandonan Pandora (por la fuerza) y el bueno, el protagonista, su propio cuerpo. No creo que sea una interpretación forzada ver aquí un fuerte pesimismo antropológico de fondo. Recuerda la sorprendente Hermano Oso (Disney, 2003), en la que un niño, castigado a vivir vida de oso, acaba eligiendo –como más humana- esa vida. ¿El mensaje es que el hombre no tiene remedio? Veremos que nos depara la segunda parte de este filón llamado Avatar

Ortodoxia Digital

 La Ortodoxia Digital es un muñeco que me he fabricado a la medida del pimpampum con que quiero criticar la falta de sensatez en la exaltación de las TIC y su uso en educación. Vaya eso por delante.


LOrtodoxia Digital tiene unos DOGMAS:

– Cualquier tiempo pasado fue peor.
– La metodología es la esencia de la enseñanza.
– Toda innovación tecnológica es buena.
– El profesor sólo es un facilitador.
– La memoria es enemiga de la creatividad.

Y una MORAL:

– No darás clases magistrales.
– No usarás papel.
– Rechazarás el libro de texto.
– Hay que utilizar todo lo que la tecnología te ofrezca.
– No mandarás memorizar.

jueves, 17 de marzo de 2022

Miura en el Palacio de cristal

No, no es que un toro bravo haya entrado en el Palacio de cristal. Desde luego es una imagen sugerente, pero se trata de otro Miura, de Mitsuo Miura, que presenta en Madrid una "intervención" titulada Memorias imaginadas (este también es un título sugerente). Mi conclusión, después de visitarla y de leer el folleto correspondiente, confirmada y reafirmada después de leer la presentación en la web del Museo Reina Sofía, es que la verdadera obra de arte está no en la intervención de Miura sino en estas auténticas piezas literarias (de ficción, digo).

Situémonos, por si no han visto la exposición-intervención:


Mire la foto y piense por un momento, antes de seguir leyendo, cómo describiría usted lo que ve; a continuación compare:
La intervención de Mitsuo Miura (Iwate, Japón, 1946) en el Palacio de Cristal se basa en una instalación pictórica con vocación arquitectónica y paisajística. A través de formas esenciales con colores algo desvaídos —que representan situaciones difusas— distribuidas por el espacio, el artista propone la creación de formas constructivas, sólo sugeridas, que remiten a esquematizaciones esenciales de experiencias e imágenes de los recuerdos almacenados en su memoria.
Concretando:
Memorias imaginadas parte de la distribución de círculos de color en el suelo del Palacio, coronados por otros idénticos, suspendidos de la cubierta. Entre ambos elementos se crea un objeto imaginario, la columna, que sugiere la creación de un nuevo espacio arquitectónico más imaginado que construido. Convierte de esta forma el entorno transparente del Palacio de Cristal en una sala hipóstila, uno de esos “bosques de columnas” de particular alcance sagrado en la antigüedad. Vuelve así a la génesis de un elemento arquitectónico milenario, la columna, que en su origen fue la esquematización del tronco de un árbol. El espectador encuentra el correlato necesario en la vertical de los árboles del Parque del Retiro para dibujar estos fustes en su mente imaginando líneas verticales que unan cada pareja de círculos.
¡Cómo! ¿No se le había ocurrido a usted lo de las columnas imaginarias?



Este párrafo es extraordinario:
Miura trabaja del modo en que opera la memoria: en la reactivación virtual de un espacio imaginario; un entorno que pudo o no existir y que, por tanto, sólo puede ser completado mentalmente. En ello incide el segundo gesto de su intervención: la distribución intermitente de franjas de color en el zócalo interior del edificio, que sugieren el dibujo esbozado de un plano no claramente definido. La instalación recuerda, de ese modo, que la arquitectura no es más que la delimitación física de un espacio ya existente: los elementos constructivos, aquí columnas y zócalos (aquello que marca horizontal y verticalmente el alcance de una edificación) no son más que trazos en el vacío.
De primeras no puedo evitar la sensación de que me están tomando el pelo. Luego recapacito y, ante la posibilidad de que el "escritor" crea sinceramente lo que escribe, me tranquilizo.  Luego me inquieta el pensamiento de que se lo crea... La cosa es que en ningún momento se me pasa por la cabeza la idea de que a lo mejor-peor yo no tengo sensibilidad artística. ¿Será entonces el complejo de Sancho? ¡Ay, el arte!