domingo, 20 de marzo de 2022

Avatar

Póster de Avatar

Entre la nostalgia y la esperanza

A estas alturas no es necesario insistir en que James Cameron sabe su oficio y cómo ganar dinero con él (Terminator, Abyss, Titanic). Avatar es un gran espectáculo visual, una película de aventuras de las que hacen v
olar la imaginación, emocionante, entretenida y con buen ritmo, como debe ser. ¿Y algo más?

Compañía minera quiere expulsar indígenas de sus tierras con malas artes para explotar sus recursos; civilización destructora versus armonía natural paradisíaca; hombre-blanco-civilizado-malo frente a salvajes-sin-civilizar-buenos; hombre-blanco que cambia de bando y se incorpora a la tribu (contribuyen a ello, entre otras cosas, los encantos de una indígena)… Para confirmarnos que estamos viendo una película de vaqueros -por si nos quedaban dudas-, aparecen los guerreros na’vy a caballo (o así) aullando como sioux. Una banda sonora que homenajea el tema de El bueno, el feo y el malo remata la faena.

Avatar bebe de muchas fuentes, no sólo de Pequeño gran hombre, Bailando con lobos o Pocahontas, por ejemplo; también de Matrix (hay una analogía entre el modo en que los humanos entran en la realidad virtual de Matrix y en el avatar) y de Distrito 9 (el protagonista lleva un diario en videoblog). En sí mismo esto no es un demérito; que el argumento tenga pocas novedades no es razón para menospreciar una película; simplemente, pone las cosas en su sitio. Por otra parte, Cameron no tienen la culpa de que uno esté en esa edad en la que resulta difícil que te pongan en la tele una peli que no hayas visto ya o que no te provoque un déjà-vu.

Es cierto que también se acusa a los diseñadores gráficos que han trabajado en la película de copiar los diseños de las portadas de los álbumes de Yes, el grupo británico de rock sinfónico (en el caso, por ejemplo, de las montañas colgantes). También es verdad que, junto a aciertos en la concepción visual del film, hay también (para mi gusto, claro) decisiones que rayan lo cursi, como los suelos que se van iluminando al paso de los protagonistas o el diseño del Árbol de las almas. En algunos momentos de la película, el planeta Pandora parece una discoteca infantil. En cualquier caso, gustos visuales aparte, Avatar es una película divertida.

No es esto lo importante. Ni que sea en 3D. Lo realmente interesante es lo que hay detrás. En primer lugar, la nostalgia de una vida más cercana a la naturaleza, menos civilizada, menos urbanita, con menos estrés y más paz, con mayor armonía en el interior de cada uno, con los demás y con nuestro entorno. La civilización se empareja con la búsqueda del lucro,  la destrucción y la autodestrucción; la cultura de la tribu omaticaya con la sabiduría de la vida. Parece un hecho constatado que buena parte de los espectadores sale de la sala con el deseo de acercarse a la naturaleza. Este sí es un mérito de Avatar: transformar la nostalgia en esperanza al situar el Nuevo Mundo en otro planeta, como una Tierra Prometida. El western se convierte en película de ciencia-ficción; el pasado, en futuro posible. Frente a las películas futuristas al uso –oscuras, catastrofistas, apocalípticas-, Avatar muestra al espectador la posibilidad luminosa de un mundo mejor.

Lo malo es que este mensaje positivo se presenta con un enfoque pseudomístico, estilo new age. El ecologismo de la película consiste en una religiosidad que diviniza la naturaleza. Ecologismo y panteísmo con ribetes feministas: Eywa, la diosa Madre Naturaleza, tiene sacerdotisa, que es precisamente la madre de Naytiri, la omaticaya que educa al protagonista. El mal es varón: la civilización occidental, radicalmente patriarcal, machista, racionalista, competitiva, militarista; el bien es mujer: el contacto con la naturaleza, lo maternal, el amor, la paz.

He hablado de esperanza y no sé si debería hablar más bien de mera ilusión, porque la posibilidad de un mundo nuevo parece depender de la desaparición del ser humano. Al final de la película los malos abandonan Pandora (por la fuerza) y el bueno, el protagonista, su propio cuerpo. No creo que sea una interpretación forzada ver aquí un fuerte pesimismo antropológico de fondo. Recuerda la sorprendente Hermano Oso (Disney, 2003), en la que un niño, castigado a vivir vida de oso, acaba eligiendo –como más humana- esa vida. ¿El mensaje es que el hombre no tiene remedio? Veremos que nos depara la segunda parte de este filón llamado Avatar

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