Por el libre uso compartido de los bienes
La sustracción de bienes ha existido siempre. El 99% de los encuestados confiesa haberse apropiado indebidamente de bienes ajenos alguna vez en su vida; teniendo en cuenta el número de los que no se atreven a reconocer en público sus actos de rapiña por la presión de la (mala) educación recibida, algunos expertos consideran que podemos hablar de un 99,9% de cleptómanos. Estamos, pues, ante un hecho social de primera magnitud, que exige respuestas por parte de la sociedad.
Hay que considerar en primer lugar las razones por las cuáles una persona se ve abocada a sustraer y usufructuar bienes ajenos: el trauma producido por la comparación de lo que uno tiene con lo que tienen otros, la falta de autoestima que conlleva la carencia de bienes que otros disfrutan, la frustración por los deseos insatisfechos, etc.
En segundo lugar debemos sopesar el quebranto que supone la actual situación de ilegalización para la salud física y mental de la persona que se ve obligada a hurtar. En efecto, el hurto (y más el robo) genera ansiedad y estrés, puesto que se realiza casi siempre en condiciones infrahumanas de nocturnidad, o en lugares muy concurridos, con presencia de policía o personal de seguridad armado, en locales con videovigilancia, etc. Muchas de estas personas se sienten vigiladas y observadas de continuo, de modo que con facilidad caen en trastornos obsesivos y manías persecutorias.
Esta situación es insostenible por más tiempo.
¡Legalización del libre uso compartido de los bienes ya!
Bastante duro es que haya que apropiarse de bienes impropios, para que encima se criminalice y se penalice.
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