jueves, 26 de mayo de 2022

¿Buscando a Dios?

 Agradezco a mi amigo Juan Carlos Martín que se haya atrevido, superando un lógico pudor, a desvelar parte de su intimidad y escribir sobre sus inquietudes religiosas. Digo «un lógico pudor». Viktor E. Frankl iba más lejos al considerar que, en muchos (no es el caso de Juan Carlos), se produce una auténtica represión de la espiritualidad, como si la inquietud religiosa fuera un defecto o incluso un desequilibrio mental, la expresión de una superchería ya superada por los «tiempos modernos».

Me parece especialmente interesante en el escrito de Juan Carlos, más allá de posibles aciertos y errores, que sus reflexiones, a partir de la propia experiencia vital, planteen cuestiones de filosofía y de ciencia empírica. Selecciono algunos párrafos. Contra su declaración final, los interrogantes del título revelan que la búsqueda continúa.

(...) Con cierto recelo por el miedo a no agradar, pero animado en la idea de que alguien que lo lea pueda verse reflejado en alguna de mis inquietudes, me he decidido a escribir y compartir estas líneas.

No me resulta fácil confesar abiertamente que llevo buscando a Dios la mayor parte de mi vida (...).

Uno no se levanta un día diciendo: voy a buscar a Dios. Por lo menos en mi caso no funcionó así. Van surgiendo pequeños detalles, que pueden pasar desapercibidos, principalmente porque nuestro propio día a día nos hace ser descuidados o simplemente indolentes y solo cuando el hecho resulta trágico, fatal y nos conmueve o sacude nuestro pequeño mundo, brota en nuestro pensamiento la idea de algo que nos trasciende, que es superior a nosotros, que nos domina y vapulea. (...)

Buscar a Dios no es como buscar algo que se te ha perdido, como unas gafas, ni mucho menos, ya que solo con desear que Dios exista aparece como por arte de magia, uniendo las piezas del “Gran Puzle” gigantesco y desconcertante en el que nuestra propia existencia se presenta como una más de las infinitas piezas que lo conforman. Eso pensaba yo de la gente que tiene fe, de los creyentes. Pensaba que su fe era fruto de su imposibilidad de explicar la realidad de otra forma.

(...) Me he dedicado a perder muchas horas de mi vida en estos pensamientos. Se podría decir que, sumadas, serían días o semanas, y todas ellas pensando en Dios, en su existencia, en qué es, con cierta ansiedad, deseando encontrarle, deseando creer.

No recuerdo bien ni el día ni la hora, pero sé que fue durante alguna de las clases de Física y Química de segundo de B.U.P. del profesor Barajas, mi primer gran referente. Sus explicaciones me hicieron preguntarme muchas cuestiones sobre la materia, el universo, la realidad en la que nos encontramos y solía acribillarle con preguntas después de las clases, a veces haciéndole perder la paciencia por mi insistencia y mis pocos conocimientos sobre su disciplina. Pasar de curso creó un vacío difícil de llenar.

Para intentarlo me preocupé de estar al día en temas científicos variados relacionados principalmente con la Física. Nada me ayudó en mi búsqueda de Dios. Me preocupé de mirar al cielo, a las estrellas, al universo en general; también miré hacia dentro, hacia el átomo, hacia las más infinitesimales estructuras de la materia, con la esperanza de que los científicos pudiesen escudriñar con sus ingenios, cada vez más avanzados, los entresijos de las diferentes partículas y encontrar el alma. Todo fue inútil.

Esto no me desanimó ya que lo único que he sacado en claro de toda esta búsqueda es que ninguna ciencia humana podría explicar a Dios (...).

Sin embargo, esta decisión reforzó la idea de la existencia de algo que trasciende por encima de lo humano, algo que, a falta de otro adjetivo, podríamos llamar divino.

No hace mucho escuché una historia india que bien podría aplicarse al caso. Aunque la historia es más larga, básicamente se podría resumir en que un hombre dibujó un círculo en el suelo y se metió en él para no tener que preocuparse de lo que ocurría fuera, pero en poco tiempo sintió que le faltaba algo; a continuación dibujó otro círculo más grande en el que cabían más cosas, pero también se le quedó pequeño y continuó con otro más grande, y otro, y otro; cuanto más grande era el círculo más preocupaciones tenía, pero más pleno se sentía, hasta que finalmente decidió que no podía abarcar más y se sintió triste.

(...) A la mayoría de nosotros nos es suficiente con lo que tenemos más cerca, somos felices o hacemos lo que podemos para serlo y no nos interesa preguntarnos sobre cuestiones más trascendentes, ¿para qué?, así nuestra vida es más fácil. (...)

Pero ¿qué ocurre si seguimos aumentando el radio del círculo? En mi opinión es inútil recurrir a la ciencia. (...) Pretendemos abarcar un círculo demasiado grande, si queremos que quepa en él lo infinito. (...) Lo que define esta increíble realidad, más allá de que no deja de sorprender, es el hecho de que, por encima de todo, no podemos explicar ni su principio ni su fin, porque no lo tiene.

Para mí con esto es suficiente, ya he dicho basta por el momento, no seguiré buscando a Dios, siempre estuvo ahí.

[Para leer el texto completo: ¿Buscando a Dios?]

No hay comentarios:

Publicar un comentario