sábado, 30 de abril de 2022

Sobre la guerra

 El pasado día 14 reflexionaba Josean Zugasti, a la vista de lo que está pasando en Ucrania y Rusia, sobre los peligros de un patriotismo mal entendido. El amor a la patria siempre se ha considerado una virtud, en cuanto expresión de la veneración debida a nuestras raíces –los padres y la patria–. Otra cosa es el nacionalismo excluyente, que menosprecia a «los otros» y se encapsula en sus propios mitos. Lo mismo cabe decir de ciertas ideologías, que convierten lo opinable en dogma, minando por su base la democracia.

Pamplona, 14 de abril de 2022

Me ha impactado ver un reportaje donde condecoraban, con medallas al mérito militar, a unos jóvenes soldados rusos amputados de piernas o brazos como consecuencia de las heridas de guerra. Sentados en sus sillas de ruedas, escuchaban con el tronco erguido a su ministro de defensa. Con gesto serio y arrogante les agradecía los servicios prestados en la operación militar de Ucrania. Con voz firme y solemne decía que sus sacrificios afianzaban la seguridad de la gran nación rusa que sería liberada del nazismo y de la influencia de occidente.

(...)

Imagen del vídeo al que se refiere Josean

Somos seres sociales. La patria y otras milongas favorecen la cohesión de grupos humanos. Pero una conducta excesivamente gregaria puede conducir a muchos individuos a la aniquilación.

Uno piensa con tristeza en las exaltadas experiencias revolucionarias sudamericanas. O sin salir de casa, en ETA. Grupos cohesionados en torno a un relato con una mezcla explosiva de patriotismo e ideales.

Los ideales también fomentan un sentimiento de unidad. Pero, ¿pueden convertirse en otra peligrosa milonga? Si se suponen ciertos, absolutos e ineludibles, la maquinaria se va embragando. Optimistas salvajes, dogmáticos, fanáticos, enloquecidos creyentes en un ideal se van enardeciendo. El poder los acelera. Etarras, comunistas o nazis estuvieron dispuestos a destrozar el presente en aras a construir un futuro perfecto. A regenerarnos de las corrupciones. A limpiar nuestras impurezas.

El apasionamiento les impidió percibir que no existen dos seres humanos idénticos. Trataron de uniformizarlo todo. Y ese desprecio por lo concreto, por lo diferente, por lo diverso, esa visión totalitaria del mundo, lo termina destrozando.

Un ardiente ideal otorga un sentido hacia el que orientar la vida. Promete justicia, progreso, armonía. Aporta energía. Eso es lo que debe atrapar a muchos jóvenes con poco recorrido vital. O a adultos con escaso raciocinio. Pero las experiencias históricas de ideales que han conquistado el poder son una interesante materia para la reflexión. No debemos olvidarlas. Todas ellas han terminado resultando aterradoras.

Josean Zugasti

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